Era el lugar perfecto. El segundo piso de un café distinto, repleto de objetos antiguos. Elegí la mesa de la esquina, la que tenía bancas y no sillas. Dejé mis cosas y esperé. Metida en mis propios pensamientos no lo vi hasta que estaba de pie junto a mí y, como siempre, me dejó sin palabras.
No recuerdo los detalles de lo que conversamos, podía responder y seguir el hilo del diálogo, pero mi verdadero objeto de atención era él. Su pelo corto peinado casualmente hacia adelante, sus canas, sus cejas espesas y casi siempre rabiosas. Sus hermosos ojos delineados por sus pestañas oscuras y tupidas, la inclinación de su nariz, los lunares de su cara. Su boca, perfecta. Su mentón cuadrado, las arrugas de su cuello.
Soy pésima dibujando, entonces cierro los ojos y hago fotografías del momento con las palabras y figuras en el aire con mis dedos.
Después del café caminamos tomados de la mano como si fuéramos una pareja, no una de amantes, sino una de esas que se hacen promesas. Hablamos de nuestros escritores favoritos, del presente y de la ausencia de futuro. Hacía frío, nos besamos varias veces y seguimos haciéndolo cuando subimos al auto. Conversamos con la confianza de los amigos. Al menos él. Mis ojos solo veían al hombre que era dueño de mi cuerpo hace varios meses. No necesitaba que me tocara para tener ganas. Bastaba con pensar en él, con escribirle, con oírlo y mirarlo. No me hacía falta entrar en calor, los preámbulos ni las conversaciones eróticas. Lo deseaba y mucho. Quería sentir su olor, sus manos, su lengua, a él entero metido en mí todo el tiempo que fuera posible. Pero esa noche no lo era y estábamos obligados a conformarnos con la caminata y los besos, o al menos eso era lo que yo pensaba hasta ese momento porque poco a poco nuestros labios dejaron de unirse suavemente y empezamos a comernos con desesperación. Después de tomar mis senos, morder mis pezones y llenar mi cara y mi cuello con su lengua, desabroché mi cinturón y llevé su mano debajo de mi tanga. Él era un experto. No necesité más que dejarlo allí y en segundos era amo de mi clítoris. Lo movía con sus dedos, los mismos que luego llevaba a mi vagina para volver con la palma completa sobre todo mi sexo. Tiritaba extasiada, con mi cabeza hacia la ventana del copiloto y mi mano sobre la de él, presionando fuerte, gimiendo, sintiendo que cada vez me humedecía más, más hacia abajo, más hacia atrás y alcanzando incluso mis muslos. Y lo logró. Logró llevarme hasta el orgasmo, dejándome con la respiración entrecortada y embriagada de él.
- ¿Te atreves?, preguntó, mirando su cinturón.
Lo desabroché en un par de segundos, bajé sus calzoncillos y metí su pene completo en mi boca. Lo lamí, lo chupé, lo saboreé, lo mordí. Lo tomé tantas veces como quise. Entonces, volvió a hablar para pedirme que nos fuéramos a la parte trasera. Yo me pasé por el medio, entre los dos asientos, pero él no. Arregló un poco sus pantalones y con el cierre aún abierto bajó del auto, estacionado en plena calle Chile-España, movió el asiento del piloto hacia adelante y subió calmado, controlándolo todo. En seguida me dijo que me sacara solo una pierna del jeans y que me montara sobre él. Siempre me decía qué hacer y yo lo dejaba. Como su cierre quedaba entre medio de su pene y mi vagina, me dio una nueva instrucción y me pidió que cambiara de posición, que me pusiera en cuatro patas y de lado. Lo hice y antes de meterlo preguntó lo habitual:
- ¿Puedo?
Mi sí fue una mezcla de gemido y de gustosa aceptación. Entonces lo metió, brutalmente, como me gustaba, apretando mis nalgas, jadeando una y otra vez. Podía sentir su deseo, su fuerza, podía ver su cara porque ya la conocía, podía sentir que yo era en ese rato no sólo "su" mujer de entonces, sino todas las anteriores, las que lo habían dejado medio herido. Y no me importaba. Yo solo lo quería en mí, acabando en mí de esa manera. Y lo hizo. Con un pequeño y controlado bramido eyaculó y se quedó conmigo unos segundos, abrazándome y besándome suavemente, acariciándome con ternura. Sentí el olor de su semen y me lo llevé esa noche conmigo. Esa fue la única vez que me dijo "te quiero" y la última que lo vi.
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