Y entonces cae en la cuenta. Ahora que el pulso va disminuyendo, ahora que los latidos del corazón van quedando aplacados, rozando el silencio eterno, ahora que el pecho apenas bombea sangre, ahora que las venas se ven desprovistas del líquido rojizo, ahora que los ojos cansados de la vida se van cerrando para dejar paso a un sueño que se presenta eterno, ahora que la mente divaga entre recuerdos tardíos, diapositivas de tiempos mejores, donde la vida se hacía placentera. Es ahora cuando cae en la cuenta. En la lucidez de una mente anegada por altas dosis de morfina, en la claridad que proporciona los últimos instantes de una vida que va tocando a su fin, en la eterna lucha entre el ser o no ser, entre el existir o dejar de hacerlo, entre ser materia o polvo, entre la realidad o el recuerdo… entre la vida o la muerte. Es ahí, tumbado sobre la camilla de un hospital, ante la soledad que proporciona la cercanía del final, donde todo acaba. Es ahí donde surgen las preguntas, cuestiones que nunca antes encontraron respuestas y que, ahora, ante las penadas últimas bocanadas de oxígeno que se desprenden con dificultad por las fosas nasales, imploran una contestación, una solución al dilema. ¿Y ahora qué? A quién le reza un hombre que nunca se preocupó por tener un dios en su vida, a quién implora por su salvación un hombre que nunca mostró confianza por religión alguna, cómo pide por la liberación de su alma un hombre que mostró a lo largo de su existencia acritud ante todo aquello que se escapaba a lo irracional… ¿Será ya tarde para el arrepentimiento? ¿Habrá alguna posibilidad para este ser descarriado? Para este pobre moribundo que agoniza envuelto en un manto de dudas y miedo… A dónde van a parar las almas huérfanas, las que no cayeron en los acogedores brazos de religión alguna, las que decidieron no seguir el sendero que se decía ser el correcto, las que ignoraron a dioses benevolentes… ¿A dónde irá mi alma?
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