Ahí estában como Dios los trajo al mundo, mirándose a los ojos tan profundo como el deseo que despertaba uno en el otro. Ella sonrojada apenas podía con el duelo de mantener las miradas, el tan decidido la tomo de la cintura la rodeo con sus manos y la empujo hacia el, hizo una excursión por su cuerpo guiada por sus manos y seguido por sus besos, a veces solo la sobaba otras quería llevarse la piel de recuerdo, pero en todas las formas solo quería amarle, sentirle... Tomarle. Ella se contorsionaba mientras el la saboreaba en su entrepiernas y a chorros sin palabras le decía cuanto le complacía, sujetaba las sabanas para no dejarse ir en el abismo de su pasión, pero todo era ya en vano, era esclava de sus sentir y de la sabiduría de calle de su amante. El por el contrario se dejó embriagar de la inocencia, de explorar terreno virgen, y mezclo su desenfreno con la ternura de amar, quería hacerle estallar, que salieran los gritos que retenia, como si supiera que era un llamado a liberar sus fantasmas sus prejuicios,
-más, ahí justo ahí.
Eso fue el campanaso para saber que había elegido el camino correcto. La volvió a tomar de su cintura y de un solo golpe la puso sobre él, le sostuvo la mirada una vez más y con una fuerza sutil, la hizo suya, le hizo saber todo lo que había imaginado alguna vez. Juntos fueron al mismo tiempo dinamita, fuego, pasión, sexo, amor, ternura y complemento... Y cuando el vacío póstumo de la pasión desenfrenada quizo llegar un abrazo eterno le sacó a patadas, aun se miraban, bañados en su propio sudor y los rastros de una faena de locura... No querían tomar su ropa y volver a la realidad, a ese submundo del cual escapaban... Sin querer soltarse se dijeron adiós para luego solo seguir mintiéndose en su Seudorealidad.
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