El hombre en el tejado

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         Arlene y Bonnie eran dos niñas que se conocieron en el más costoso colegio de la zona norte de la ciudad, al principio de este curso. Se llevaban una semana de diferencia por lo que la edad de las dos era de 12 años. Siempre que no estaban en sus pupitres estaban juntas. Comían todos los días sus desayunos que les preparaban sus madres e, incluso, algunos días se los intercambiaban para variar los sabores. Rubias las dos, en su clase todos las llamaban: las gemelas.

            Un día, el papá de Bonnie recibió una llamada de un nuevo cliente que necesitaba que le desatascaran la de chimeneas ya que pronto llegaría el invierno. Su trabajo era muy peligroso y a cuanta más altura tuviera que subir para realizarlo, más cara cobraba la factura. Ese día estaba muy cargado de usuarios del servicio, pero logró encontrar un hueco para atender la nueva petición. Siempre decía que “un cliente contento, siempre repite”. Al llegar, a mitad de la tarde llegó a la casa de su nuevo cliente se encontró, de sorpresa, con Arlene, la amiga de su hija. Lo que no había percibido era que la verdaderamente sorprendida había sido la niña.

            Ese día cambiaron muchas cosas. Eso sí, los padres de Arlene quedaron muy satisfechos del trabajo. Pero para las dos niñas ya no fue lo mismo. Arlene empezó a huir a Bonnie que no entendía bien lo que pasaba. Así fueron pasando los días hasta que las dos casi “hermanas” llegaron a ser como dos extrañas. Una noche, en la cena, al padre se le ocurrió preguntar a Bonnie como iban las clases y la niña le refirió el cambio de actitud de su amiga. Él relató el día que fue a limpiarle la chimenea de su casa de lujo y argumentó que le debía ir muy bien a su padre en su despacho de abogado para tener una casa así. La madre y ellos dos se quedaron comentando los sueños de poder tener algún día una casa con piscina. Bonnie terminó diciendo que sería abogada para tener mucho dinero como el padre de Arlene.

            Un día la rubia no fue a clase y Bonnie se preocupó, pero no fue hasta la tercera falta que no preguntó por ella a la profesora. Le contestaron que no volvería a ver a Arlene porque la habían sacado del colegio. Aunque en la distancia de la indiferencia, la seguía queriendo y aunque tuviera que respetar que ella no quisiera seguir con la amistad, la echaría de menos. Esa tarde, se armó de valor y se apostó en la puerta de la casa a esperar que entrara el abogado para preguntarle por su hija. Lo abordó a la entrada y le interrogó a lo que el hombre, cabizbajo, tuvo que decirle que la habían quitado del colegio por no poder pagar las altas mensualidades.

            Llegó llorando a casa por no entender lo que ocurría. Se supone que los padres de su amiga eran ricos y debería ser ella la que no tuviera con qué pagar las cuotas. Todo se aclaró en la cena. La madre de Bonnie le contó que ellos podían pagar las mensualidades porque su padre tenía muchos clientes que pagaban altas sumas por limpiar sus chimeneas ya que es un trabajo que no pueden asumir ellos por el alto riesgo que tiene subir por las alturas. En cambio, el trabajo de abogado está mucho más masificado y muchos tienen que bajar los precios para poder tener clientes. De esa manera a muchos, es de suponer, no les llega para cubrir las necesidades del mes.

            Sin decir nada, el padre de Bonnie fue a hablar con el padre de Arlene que le tuvo que reconocer la disminución masiva de clientes con la consabida pérdida de poder adquisitivo. Apenado el padre de Bonnie le dijo que no se preocupara, que él le limpiaría la chimenea gratis hasta que él pudiera pagar la factura y, a cambio, le tendría que rellenar los papeles de los impuestos que tan mal se le daba. El abrazo lo vio la niña que estaba escondida escuchando la conversación. Y ese día volvió a cambiar todo. Ya no se verían en el colegio, pero con el padre, Arlene le mando una invitación a Bonnie para que fuera a merendar a su casa al día siguiente. Ella aceptó con la alegría más grande que se había llevado nunca.

            Y, cara a cara, Arlene le confesaba a Bonnie que había aprendido una lección que sería para siempre y era que las personas más ricas no son las que más dinero tienen, si no las que tienen el corazón más grande a lo que Bonnie contestó: “pues nosotras, de mayores, tenemos que ser las más ricas de la ciudad.

[FIN]

 



Basado en una fotografía, de mismo título, del fotógrafo Belga Dee (TWITTER: @Argentine58). La foto la puedes ver aquí: http://www.guionesyrelatos.com/fotografo-dee


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