Las flores desaparecieron. No sé ni quien ni cuándo ni porque las quitaron, pero me apenó, sobre todo por la ilusión con que mi hija las trajo. Solo es una anécdota en la recta final de mi vida, en la que me encontraba cansada, con esa sensación de que me ocultaban, que ya sé que no, pero me lo parecía.
“No tenía que haber dejado que nos separaran”. Esta frase se la repetía muchas veces a mi hija. Durante estos meses, siempre he pensado que con un poco más de ayuda, podía haber estado en mi casa, haciendo casi, casi, la misma vida que ahora. Ella siempre me repetía lo mismo: “No podía ser, no podía darte las atenciones que necesitabas” Lo respetaba, pero seguía sin entenderlo del todo. Le notaba que se lo estaba pasando mal. No insistí. Cerré los ojos y me introduje en mi mundo, ese que ellos llamaban: “deterioro cognitivo, o alzhéimer”, o como siempre se ha dicho: “cosas de viejos”
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