Uno de los dos tenía que lanzarse

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Siempre me hablabas, nos buscabas a mí y a mi atención, ansiabas mis respuestas, necesitabas verme, besarme, abrazarme, tenerme…

Los momentos contigo entre tantas coincidencias; leones en edredones, cuatro letras descolocadas, tu nombre, el mío siempre erróneo, una única frase.

Mi falsa creencia que tantas veces me hizo equivocarme; siempre creí que realmente buscabas algo más que sexo: una amiga, una confidente… Mentiras que nos hacen vivir experiencias que no experimentaríamos si no creyéramos en algo.

Creo que te quise como algo más que un amigo.

Creo que te amé como a un amigo de verdad.

Creo que te deseé como no deseé a nadie en mucho tiempo.

Creo…

Creo en muchas cosas, la mayoría de las cuales acepto son falsas,  y que ni siquiera compartía contigo.

Creo que si no hubiese vivido lo que viví contigo, ahora no sería quien soy, y ya no sabría ni qué creer, ni qué buscar, ni por qué luchar.

Pero también creo que te sentías tan herido que jugaste conmigo, sin saber que me herías, sin saber que dolía, sin pensar siquiera que yo pudiese darme cuenta.

Por eso aún te quiero, porque sin ti, no habría llegado a ser yo.

Mis sueños del momento te buscaban a ti, aunque no en tu totalidad, tuviste un fallo muy grande que no quisiste ver: no te gustaba yo, te gustaba lo que te daba; no me querías a mí, buscabas algo que yo podía darte. Nunca fui yo.

Fuiste afortunado.  A pesar de pensar lo que pienso, aunque nada haga cambiar lo que creo, sé que ni quise ni quiero perderte, porque aunque tú buscases algo de mí, yo buscaba algo dentro de ti que nunca fuiste capaz de ver, la razón que hacía que me gustases a pesar de no gustarte a ti mismo.

Hoy día sigo buscándola, mientras gasto algo de mi tiempo contigo. Mientras tú malgastas algo de tu tiempo conmigo.

Siempre que te miro recuerdo el primer día que quedamos, un momento que no creo que pueda olvidar, puede que ni siquiera fuese nada para ti, y en cambio para mí lo fuese todo. Y siempre que lo pienso me sonrío recordándonos:

“Dos adultos jóvenes en una misma cama, tensos, mirándose a oscuras sin poder verse, un metro de distancia entre ellos, mil pensamientos rondando sus cabezas, diferentes intenciones pero el mismo objetivo…

Ninguno se atrevía a acercarse, tal vez el otro ni siquiera quisiera hacer lo mismo, a lo mejor ni le gustaba lo que el otro buscaba, posiblemente no fuese similar lo que preveían en sus mentes, es probable que alguno de los dos ni creyera que eso fuese a ocurrir.

Solo pensamientos y nada más.

El sonido de un leve movimiento bajo las sábanas alteraba la respiración de ambos, que disminuían simultáneamente el tono de sus respiros para no desentonar con el silencio que los cubría a los dos.

Sin dudarlo más, me pegué a ti tanto como pude, noté tu cuerpo contra el mío y rompí el silencio:

—Uno de los dos tenía que lanzarse —Y te besé por primera vez.”


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