Abrimos el mar
de la esperanza
con esas miradas silentes
que nos hicieron cómplices
desde el inicio de los tiempos.
Nos replanteamos
desde la emoción y la fe
qué hacer y hacia dónde ir.
Nos damos cuenta
que no podemos parar,
pero que tampoco debemos abandonar
las bellezas que nos rodean.
La suerte debe ir acompañada
de los milagros cotidianos,
que nos piden en su devenir
ser vistos con aceptación y humildad,
también con naturalidad y agradecimiento.
Abrimos el mar
con la fe que regala contextos especiales,
y somos en el empeño
de una voluntad firme, genuina,
que se gesta con la mañana
y se renueva en cada aurora.
Hemos crecido entre destellos
que son invitaciones a ser más humanos.
Lo procuraremos como un deber
no escrito, sin compromisos vacuos,
porque creemos en lo que somos
y en el porqué de donde estamos.
Juan Tomás Frutos.
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