En el año 1850 el joven estudiante de Derecho jaime Baró salió en compañía de su hipocondriaco
amigo Martín de la ya decadente Universidad de Cervera que es una pequeña ciudad de la
provincia de Lérida de estrechas y largas calles con sus casas pegadas las unas a las otras, de
entre las cuales sobresale el campanario de la iglesia Santa María.
El caso era que Jaime anhelaba intimar con la hermana Teresa de su amigo puesto que desde que
la había conocido un día en que había sido invitado a merendar a la casa de éste había quedado
completamente subyugado por la singular belleza de la chica. Mas su amigo Martín con una grave
expresión en sus ojos le confesó:
- Verás. Mi hermana sufre "visiones". Ella cree ver al fatal corregidor que hubo aquí durante la
invasión francesa, el cual no dudaba en torturar y asesinar a quien no pagara los impuestos. Y
cuando por fin nuestras tropas lo capturaron, y lo fusilaron, él poco antes de morir juró que de
algún modo se vengaría de aquel agravio. La cuestión es que cada vez que mi hermana tiene
alguna de estas visiones, el la villa sucede alguna desgracia; una muerte violenta.
- ¡Bah! Esto son historias de vieja, supersticiones - respondió Jaime escéptico-. Seguro que tu
hermana debe de sufrir alguna alteración nerviosa que le provoca estas alucinaciones. Y en cuanto
a las desgracias, estoy seguro que son pura coincidencia.
Seguidamente los dos amigos se adentraron en una taberna, que ya era costumbre en ellos,
dispuestos a tomar un buen vino. Cuando se hubieron acomodado en una mesa, y Martín
hubo pedido que le diesen el vino aguado porque temía que el grado de alcohol que éste pudiera
contener le sentara mal, le dijo con vehemencia a su acompañante:
- Por lo visto tú sólo confías en las cosas tangibles que te rodean; en lo inmediato. Pero ignoras
que en la vida hay muchos aspectos que desconoces, y que en cualquier momento te pueden
asaltar; o misterios insondables que escapan de nuestro control.
A Jaime aquella observación le hizo pensar que él y su amigo habían sido educados en dos
escuelas contrapuestas. Jaime era de una tendencia positivista que era hija de la Ilustración,
mientras que Martín se movía en la ambivalencia del Romanticismo y creía en los mitos y las
leyendas.
-Querido Martín. Estos misterios de los que hablas llegará un día en que la Ciencia les descubrirá
una causa natural. Lo que ayer era magia, hoy es Ciencia. Y cuando el ser humano descubra la
naturaleza de estos misterios se terminará la idea de Dios y el hombre será el único dueño de
su destino - replicó jaime con una sonrisa de conmiseración hacia su colega-. Estoy dispuesto a
demostrarte que el fantasma del corregidor francés no existe. Pues todo está en la mente de tu
preciosa hermana.
- ¿Sí? ¿Cómo?
-Voy a pasar esta noche en el cementerio junto a la tumba de este desalmado asesino, y veréis
como no pasa nada - propuso jaime con altanería.
-¡No serás capaz! - exclamó Martín.
-Claro que soy capaz. ¿Qué te apuestas?
- Toda mi paga del mes, que no es poco. Si no puedes estar toda la noche en el cementerio,
pagas tú. Pero si superas esta prueba pago yo. ¿Te vale?
- Muy bien- convino decidido jaime.
Era noche cerrada cuando salieron aquellos dos estudiantes de la taberna, y fueron caminando
al brigo de sus capas a las afueras de la ciudad donde se hallaba el camposanto. Una vez que
hubieron llegado a aquel lugar Jaime con la ayuda de su amigo saltó la tapia de aquel recinto.
Una vez que jaime Baró pisó aquel lugar, gracias al resplandor de la luna se vio rodeado de
suntuosos mausoleos en muchos de los cuales se erguían estatuas de ángeles custodiando el
sueño eterno de los que yacían allí, cuya expresión marmórea y espectral parecía que desde el
trasmundo juzgaban severamente la intrusión de aquel irreverente visitante. Asimismo, surgían
de vez en cuando viejas y tétricas capillas protegidas por sus oxidadas rejas con sus
correspondientes criptas, que a su vez estaban rodeadas por un sinfin de modestas tumbas.
A Jaime en aquellos momentos la apuesta con su amigo se le antojó que había sido una
insensatez. ¿Qué demonios hacía él paseando por aquel inhóspito sitio sembrado de sombrios
cipreses? Pese a que hacía una luminosa noche gracias a una luna llena, al estudiante le dio la
sensación que un manto negro se cernía en aquel entorno, que le venía a sugerir que todas las
ambiciones humanas no eran más que una vana ilusión, una estupidez de la Humanidad porque
en último término todo quedaría reducido a cenizas. Además, Jaime se preguntaba por la
incognita de nuestra existencia. ¿Por qué nacíamos, y por qué moríamos? ¿Se ocultaba alguna
misteriosa Primera causa detrás de nuestro efímero paso por este mundo? ¿O todo era fruto del
azar del que nada se podía esperar, como si de una burla del destino se tratara? Quizás debido
a esta incertidumbre el ser humano ansiaba encontrarse con una divinidad que lo rescatara de su
pequeñez ante el universo.
CONTINÚA
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