Ayer fue mi santo. Me vistieron de fiesta, con un traje verde que me lo compré hace mucho tiempo para ocasiones especiales. Era incomodo de poner para las chicas que me atendían pero era un día diferente. A la mañana vino mi nieta, la hija mayor de mi hijo. Me trajo un ramo de flores inmenso y tomamos unos langostinos de aperitivo. Pero…. ¡Ayss! Cuando terminé de comer, y nueve meses después de estar en este convento, por fin comí con mihija. LLegó con una tarta de yema y nata, champan y más langostinos. Estuvimos las dos en una sala que las monjas habían reformado para estas ocasiones. La verdad es que estaba cansadísima y a la vez feliz, muy feliz. Terminamos de comer y fuimos a dar una vuelta por el jardín zen. Me quedé dormida. Cuando desperté le dije a mi hija: “Estoy muy mayor para estas aventuras, pero muy satisfecha. Te quiero hija”
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