Saltó. No se lo pensó dos veces, sabía que no tenía otra opción, y saltó, lo más alto y lo más lejos que pudo. Y quedó suspendida en el aire, flotando, como si el tiempo y el espacio no fueran más que palabras. Gritó. Gritó muy fuerte, aunque sabía que su voz no alcanzaría a ser oída por nadie, pues el paraje era inhóspito, apenas transitable, y por supuesto, inhabitable. No sabía lo que estaba sucediendo, no sabía por qué flotaba, y aún menos durante cuánto tiempo lo haría. Podía predecir que ocurriría cuando dejase de flotar: caería. Tenía claro que no conseguiría llegar al otro lado, no tenía ningún apoyo del que servirse para impulsarse. Sentía rabia. Había pasado por tanto, había dejado tanto atrás… No podía terminar así, no era justo.
Pero cayó. No pudo hacer nada, y cayó…
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