Esa noche nevaba con especial fuerza. Hacía ya varios días que toda la ciudad estaba cubierta de aquel manto blanco, que tan felices hacia a los niños. Todas las chimeneas humeaban sin excepción,si bien no todas las casas tenían chimenea, aunque no fueran muchas las que careciesen de ella. El lago, por el contrario, presentaba un aspecto veraniego: no solo permanecia sin congelarse, sino que además, el agua se conservaba a una tempertura agradable. El bosque se conservaba espeso y frondoso, pues estaba conformado por pinos y abetos en su mayoría, árboles de hoja perenne.
Los copos caían sin cesar, tapando tras de sí las huellas del calzado de los lugareños. Sin embargo, el rasto de sangreparecía imborrable, señalaba un delito todavia no consumado. El corte era profundo y el forastero necesitaba descansar, por lo que se vió profundamente aliviado cuando una humilde familia se ofreció a acogerle durante un par de noches hasta que pasara la ventisca.
Medio mendrugo de pan, un poco de vino y una sopa caliente. No era una gran cena, pero tras la trayectoria que había llevado las últimas semanas, le parecía todo un banquete. Los niños parecían temerle pero él ya estaba acostumbrado, a menudo, la gente solia temerle por su apariencia:un rostro serio y marcado por cicatrices combinado con la embergadura propia de un pequeño gigante.
Terminada la sopa, se apresuró a tumbarse en la cama improvisada que el cabeza de familia le había preparado. Aún no era muy consciente de la suerte que habia tenido, por el contrario, si maldecia la suerte que podría llegar a correr esa familia que tan ambablemente le había acogido.
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