Gotas frías se deslizaban por tu piel de aquella nocturnal sonata que las nubes habían tocado. La sonoridad de la lluvia al golpear tu delicado cuerpo tenía tal musicalidad que solo mis oídos pudieron percibirla. Luz de luna como único foco haciendo brillar tu húmedo rostro, yo como único espectador de tus silencios eternos y tu palabrería tardía y efímera. Jamás he sentido el incendio de un afecto, tampoco creo haber encendido fuego en alguien. Pero veo tus ojos y hay una llama viva que se refleja en ellos al rededor de tus pupilas carbón. Pierdo mi mirada en tu oscuro iris.
Veo el espacio, a los astros vagando por el infinito vacío y entiendo la irrealidad que es el tiempo para el universo. Todos esos cuerpos flotando en el vacío, en la nada, esperando formar parte de ella, seguir flotando en su eternidad. Nada es ausencia de todo, falta de esperanza, falta de luz y de caos. Sólo la tranquilidad de la oscuridad, del frío, del equilibrio. Ahora me deslumbras con tu alba luz y te detesto por ello. Me haces desequilibrarme, pierdo el control, me sumerges en una rebelión entre mi ser y mi cuerpo que no logran ese punto medio y cada uno te quiere a su manera.
No hay espejos que muestren las sombras, si yo soy penumbra no tengo más remedio que tener tu nívea luz para ser consciente de que soy la carencia de cualquier claridad. No puedo entenderme a mi mismo sin tu presencia, al igual que para lucir tu hermoso resplandor has de hundirte en mi desoladora noche. Sólo así brillaras como nunca nadie lo ha hecho.
Dos equilibristas caminado por las cuerdas, tú reina de las nieves y yo el marqués de un volcán. Ambos caminando entre la bruma, intentando no caer, esperando que nuestras vidas no dejen de cruzarse día sí y día también. Sueño con pequeños pasos por un cable y tú te pasas el día despierta caminando por él. Eres incapaz de dormir y yo de despertar, sin embargo te veo en mi sueño y tú en los delirios que tu cabeza crea al estar en continuo trabajo.
Equilibristas entre el odio y el amor.
Puede que te quiera tanto que te odie por hacerme sentir vacío el momento de tu despedida y la sequía en mí después del adiós. Tal vez me odies tan desmesuradamente por ser un punto de inflexión que quieras perderte conmigo en lo absurdo y revolcarte en él hasta que todo pierda sentido. Hasta que la lógica nos gane y solo nos quede seguir con esta irracionalidad de mantenernos unidos porque es tan ilógico odiarnos y querernos a partes iguales que lo más lógico será resguardarnos en la ambivalencia.
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