EL INFIERNO PARADISIACO
Por franciscomiralles
Enviado el 30/10/2017, clasificado en Fantasía
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Aquella mañana de un lunes cualquiera Martín García poco antes de salir de su casa para ir a la
oficina, sufrió un faídico infarto de miocardio y cayó fulminado al suelo.
Entonces insólitamente, su alma o su energía en la que iba implícito un psiquismo emocional-
como se prefiera llamarlo- vió ante sí como en un retablo, o una aleluya todos los actos
significativos de la vida que había dejado atrás tanto buenos como malos. Pues él no había sido
ningún santo, ni mucho menos ningún malvado. Había sido un hombre muy común que unas
veces- las más- se había equivocado con su medio ambiente, y algunas veces acertaba.
Seguidamente para el asombro de Martí, este se halló en el interior de un lujoso vestíbulo de un
edificio que tenía las paredes de cristal a través de las cuales se vislumbraban cromáticas flores
de distintos colores, y lo recibió una recepcionista de edad indefinida.
- Vaya... Ahora precisamente llega usted en un mal momento señor - le dijo la recepcionista
mientras consultaba una pantalla en un receptor-. Estamos desbordados de personal, y de
momento no cabe más gente. ¿Sabe qué? Vaya al departamento de abajo al que ustedes llaman
infierno, y cuando podamos ya le llamaremos para que vuelva aquí.
-¡Pero mujer! ¿Por qué tengo que ir ahora al infierno si yo nunca he sido mala persona? ¡ Vaya
organización celestial!- protestó Martín con razón-. ¿Y San Pedro dónde está?
- Usted no se preocupe que ya sabemos quién es. En cuanto al jefe ahora está muy ocupado,y no
pude estar por usted.
Efectivamente a Martín le bajaron en una especie de ascensor a un inusitado espacio en la planta
baja que curiosamente no tenía nada que ver con el terrible lugar que le habían descrito los
curas en su infancia.
Por el contrario, se trataba de una confortable estancia animada por una agradable música
melódica, en la que habían unas mesitas que eran peceras con luces de colores junto a las
cuales habían unos mullidos sofás de color granate; y en un extremo de aquella suntuosa sala
había el bar atendido por solícitos camareros.
A Martín le dió la sensación que más que encontrarse en el Más Allá que estaba en un PUB (una
especie de bar musical) de su ciudad.
Martín se acercó deslumbrado por aquel señorial ambiente a la barra del bar, y un joven camarero
le preguntó:
- ¿Qué desea tomar?
- No sé... ¿Qué me aconseja usted? - respondió Martín dubitativo.
- Usted es un hombre distinguido. Se ve enseguida. Le pondré un wisky "Chivas" de la mejor
calidad - le dijo el camarero con una sonrisa.
- Pero esto es muy caro- repuso el cliente que no salía de su asombro.
- Calle. Invita la casa. No faltaría más.
- Muchas gracias.
Tan pronto como Martín empezó a paladear aquel delicioso néctar que no tardó en achisparle, se
le acercó una guapa mujer morena, de ojos tan profundos como brillantes, y se presentó con una
familiaridad afectiva; cosa que a Martín le costó de asimilar aquella espontanedad,porque él venía
de un rincón del planeta donde las mujeres tenían fama de ser muy ariscas, razón por la cual en
su vida anterior le había costado mucho poder ligar.
- Hola. Me llamo Anabel. Tú eres nuevo aquí ¿verdad? - inquirió la chica con una tintineante voz.
- Yo... yo... Soy Martín. Y sí, acabo de llegar. - respondió él un poco turbado por el encanto de
aquella dama-. ¡Que mentiras contaban los curas de mi escuela sobre el MAS ALLÁ! ¿Qué sabían
ellos? - expresó en un arranque de franqueza-. Los religiosos no eran más que unos seres
pusilánimes llenos de envidia, que lo único que querían era que viviésemos con temor al infierno
para podernos dominar. Pero yo nunca les creí. No me fío de los que manipulan a la gente.
- Y haces bien. Oye. ¿Sabes que eres un hombre muy intresante, y muy
inteligente? A mí me gustan los tipos con personalidad. Que tengan su propio criterio.
En el acto la autoestima de Martín subió como la espuma del caba, y se sintió exultante.
- No quiero perderte- prosiguió Anabel-. Quiero ser tu compañera.
Martín estaba pasmado, puesto que nadie se le había ofrecido con tanta generosidad.
- Sí. Me consta por tu estilo que nadie te ha sabido comprender, y conmigo siempre tendrás un
apoyo incondicional - le dijo aquella beldad.
Dicho aquello, ambos se besaron ardientemente en la boca ; con una entrega total. Y Anabel
condujo a Martín a una vistosa "suite" en la que había una atractiva y rubia camarera parecida
a la cantent MADONA que también desbordaba simpatía por todos sus poros, por lo que Martín
también se sintió atraído sexualmente por ella.
- Yo no soy una mujer celosa. Si en algún momento deseas acostarte con la camarera, puedes
hacerlo, porque esto aquí no tiene la menor importancia - le anunció Anabel a su acompañante.
La pareja estuvo unos minutos retozando en la cama pletóricos de felicidad. Mas cuando estaban
a punto de consumar el acto sexual, Martín recibió la orden de regresar al "cielo", porque su
puesto allí ya estaba reservado.
Martín con gran fastidio no tuvo más remedio que obedecer, y en un santiamén se vió de nuevo
en aquel extraño edificio de cristal.
Sin embargo allí se le recibió con frialdad. Además, el tal San Pedro era un sujeto muy huraño, y
un puritano que no admitía bromas de nadie. Por otro lado los seres angelicos se pasaban las
horas tocando el arpa con un aire bucólico subidos en una nube y poca cosa más.
De manera que aquel ambiente a Martín se le antojó que era sumamente insulso, y aburrido.
Así que decidió volver al "infierno" para estar con Anabel.
Lo chocante fue que cuando llegó allí aquel magnífico bar estaba cerrado. Y cuando se cruzó con
Anabel esta se mostró esquiva, y muy antipática con él.
Entonces Martín abrió una puerta de aquel departamento para poder escapar, y se le cayó encima
un montón de excremento. Abrió otra puerta y una llamarada de fuego lo dejó chamuscado.
Fue a ver al conserje-diablo y le preguntó:
- ¿Por qué antes este era un sitio tan agradable, y ahora es tan horrible?
- ¿No lo sabe? Es que cuando usted llegó aquí habían ELECCIONES GENERALES - le respondió el
diablo-conserje con chanza.
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