TATUAJE
Desde mi posición podía ver las motas de polvo que había, la humedad que cubría las paredes hasta hacer pequeñas astillas la pintura, podía ver las patas metálicas de la camilla en la que me encontraba a penas con algo de ropa.
Mis manos se agarraban a la tela que cubría la camilla, esa tela negra con un olor a desinfectante barato. Inconscientemente clavaba mis uñas en ella. Un sudor frio me recorría la nuca. Podía sentir cómo trasteaba. Intentó entablar conversación pero apenas contesté, no lo recuerdo.
Entonces empezó el sonido que lo silenciaría todo. Un sonido mecánico que me ponía la piel de gallina. Siempre empiezan por zonas menos dolorosas para que tu cuerpo se adapte al dolor pero esta vez no había una zona menos dolorosa. Esta vez había escogido la cara interna de mi muslo, la parte más dolorosa dónde escribirle.
Todo empezó con dolor, un dolor que me atravesaba la columna y boicoteaba cualquier intento de mi sistema nervioso central por paliarlo. Siete agujas se estaban clavando a la vez en mi piel, siete agujas diminutas cargadas de odio me recordaban que su amor seguía doliéndome más que cualquier dolor físico que pudiera infligirme y que eso, como todo, sería para siempre.
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