GENESIS

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Algo parecido a un golpe que no hiere pero que lo sacudió como una revelación en medio de los árboles  gigantes que recién brotaban como yemas vegetales en medio de un incisivo relámpago hizo que Adán se repitiera con insistencia semejante al despertar de un letargo de mil años ¿Quién soy? Y caminó por el campo invadido por el canto de millones de aves que coloreaban los arboles atardecidos. Caminó horas por entre el musgo verdoso con su justo asombro a cada aparición ante sus agrandados ojos. Vio el parto inesperado de las bestias gigantes y oyó el rugido de las fieras capaz de estremecer la frondosa manigua.

Al salir a una llanura tan amplia como el horizonte, lo cubrió una lluvia veloz e intermitente y las entrañas del mundo vibraron con el trueno. Esperó no supo cuánto. Hasta que el sol llegó a sustituir las largas goteras y el nuevo asombro de los colores del arcoíris se filtró en sus sentidos como una nueva emoción que lo hacía querer abrazar esa lejana bóveda de colores. Entonces la gran planicie se pobló de charcos color de plata con su brillo metálico. Y a todos cuantos se acercaba y estiraba sus manos, otras manos desde el fondo emergían con la misma rapidez. La imagen suya, reflejándose en el agua, sus brazos, sus piernas, su cuerpo; pero el rostro no era el suyo.  Ni lo profundo de su mirada ni la sensualidad de sus facciones podían ser su cara. Era ella, lo confirmó en el instante de un nuevo relámpago que hirió la calma de las aguas. Eva que emergía ante él al instante de verse a sí mismo.


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