Pasé por la tercera planta y volvimos al mismo punto que las otras veces. En esta vivienda habían unos okupas.
No sabía sus nombres, ni siquiera me había percatado de como eran, pero al pasar por su ventana, vi la alegría en sus ojos, compartían un sueño.
Sus rostros reflejaban la alegría de poder compartir la vida juntos, simplemente se conformaban con vivir juntos.
La vida les había negado, por juventud y por desidia, a veces, la posibilidad de encontrar un trabajo estable.
Sus modos y maneras de vestir les habían cerrado infinidad de puertas, pero su espíritu joven, aun a pesar de vivir en la más absoluta miseria, les mantenía firmemente unidos.
Volví a mi ser y continué cayendo...
Pasé por la segunda planta y volvimos al mismo punto. Nunca pensé que caer al vacío se me fuera ha hacer tan insoportable.
Estaba en casa de mis vecinos Raúl y Manoli.
Les observaba, sentados en el sofá, con la televisión puesta y sin una palabra que dirigirse, ni tan siquiera una mirada.
Manoli tuvo una relación conmigo cuando éramos mas jóvenes.
Llevábamos viviendo en el barrio desde pequeños y en un momento nuestras vidas se entrelazaron.
Fue un rollo pasajero, pero descubrí que aun seguía perdidamente enamorada de mi.
Sus pensamientos en el sofá, eran exclusivos para mi. Soñaba con estar sentada a mi lado, viendo crecer a nuestros hijos.
En cambio Raúl era feliz a su manera. Necesitaba tener a alguien a quien amar.
Alguien con quien compartir una vida y no le preocupaba si era correspondido o no, simplemente no soportaba la soledad y aunque Manoli, le pidió en reiteradas ocasiones el divorcio, el hizo lo imposible por mantenerla a su lado.
La felicidad en este caso, había dejado paso a los sueños imposibles de cada uno e ellos, puesto que Manoli ya tenía planeado dejarle en cuanto encontrara trabajo de nuevo.
Volví a mi ser y continué cayendo....
La primera planta estaba vacía, no había nadie en ella viviendo en la actualidad, pero entre de nuevo en el tormentoso viaje astral que me guiaba hasta mi muerte.
Apareció en mi mente, mi antiguo vecino, Alfredo, un hombre de avanzada edad. Había perdido la memoria, padecía de alzhéimer y vivía en una residencia desde hace lo menos cinco años.
Desde que murió su esposa, con la que llevaba fielmente casado casi cincuenta años, su vida se había acabado. Vivía porque no podía entregarse a la muerte.
Los años eran eternos sin su presencia, el amor de su vida le había abandonado en los momentos más duros de la vida.
Su hijo el pequeño estaba en la cárcel, pagando con creces la pena de haber matado, sin querer, a su hermano mayor en un trágico accidente, pero el se declaro culpable de todo y asumió su irresponsabilidad de beber cuando le traía de vuelta a casa tras aquella fiesta de cumpleaños. María no soportó el dolor de perder a dos de sus hijos y la muerte vino a buscarla, en cambio Alfredo, tuvo la suerte de padecer la enfermedad que le borró de su mente cada mal recuerdo vivido hasta la fecha. Ahora era feliz en su mundo aparte.
Volví a mi ser y me estrellé contra el suelo.....
Note cada hueso romperse en mi interior, note la sangre hacer presencia en mi boca. Y lo peor de todo, vi como mi mujer volvía a casa a buscar una solución al amor que ella no pensaba dejar morir.
Note caer sus lagrimas sobre mi y me dejé llevar a la muerte, arrepentido de no saber ser fuerte y afrontar cada paso mal dado en esta vida.
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