Phallus dei IX, capturado

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No es que se tratase de un hombre-lobo, que podría ser. Lo que ocurrió era que la Luna se veía al final de la empinada calle donde se encontraba su provisional residencia en aquel pueblo. Curiosa similitud: vivir en una calle empinada. Decidió que no debía quedarse un minuto más allí o acabarían con él. Subió la cuesta con esfuerzo, se encontraba agotado. Entró en la vivienda y recogió todas sus pertenencias, abandonando las llaves tal como se las dejaron al alquilarle la casa, bajo el felpudo de la entrada, y volvió sobre sus pasos en dirección hacia la estación de autobuses.

Las mujeres se habían dado cuenta de la furtiva marcha de Paco, el urdianés, y algunas se habían asomado a la puerta, por supuesto, decentemente vestidas para, a continuación, hacer una búsqueda exhaustiva por los alrededores de aquella Casa del Pueblo que había reunido, para felicidad de todas, en aquel evento a las interesadas junto a Paco que, por no tener que hacer nada aquella tarde, había decidido igualmente asistir. No es que fuera un evento dirigido exclusivamente a mujeres, no. Los hombres del pueblo suelen evadir este tipo de reuniones, conferencias, o ponencias, por imperativo propio de su condición, o por tener cosas más importantes que hacer. Entonces, lo que se encontraba allí aquella tarde eran solo mujeres, las mujeres del pueblo, las madres, las esposas, las solteras, las viudas... y Sue, de visita. Y los maridos correspondientes sin sospechar absolutamente nada de lo que estaban haciendo.

Ni que decir tiene que Paco evitó pasar por delante de aquella endiablada Casa, no fuera a ser que lo vieran y lo introdujeran otra vez dentro. Pero Paco se consideraba un hombre nada afortunado, con excepción, claro está, de sus atributos. Siempre le perseguía la mala suerte. Y así fue como, al doblar una calle, se encontró con tres de las mujeres asistentes a la reunión, quienes al verlo se pusieron a chillar como locas y a correr en dirección a donde se encontraba. Esto alarmó al resto que, poco a poco, fueron apareciendo por el lugar, uniéndose al grupo perseguidor.

Paco perdió el norte, y la maleta, y se dirigió a las afueras del pueblo, hacia el frondoso bosque que lo rodeaba, intentando en vano huir de aquella masa humana enfebrecida, nunca mejor dicho, porque la calentura era alta. Atravesaron el bosque, salieron al pie de las grandes montañas alpujarreñas y comenzaron su dificultoso ascenso. El cansancio hizo mella en todos. Paco localizó una diminuta cueva y creyó que podría esconderse allí, salvarse definitivamente. No. Las mujeres irían llegando e introduciéndose en ella.

Permanecieron allí durante muchos días. Se las dio por perdidas. Pero alguien logró ver aquella noche como un hombre corría seguido por todas, tal cual del propio flautista de Hamelin se tratase, llevándose del pueblo a las mujeres por no se sabe qué merecido castigo impuesto a aquel pueblo.


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