Era uno de esos días en que el trabajo no terminaba más, reuniones, discusiones que me generaban un aburrimiento
A los 10 había comido unos sándwiches de miga y era cerca de la cuatro de la madrugada que llegué a casa.
Entré y medio confundido, y casi vestido me acosté en la primera cama que encontré.
No podía dormir profundamente.
Estaba medio despierto.
Miré a mi lado y estaba la mujer con la cual nos profesábamos, sin decirlo amor eterno.
Era hermosa.
La cara más bella que había conocido y seguramente que conoceré.
Su cuerpo era perfecto y tentador.
Qué raro que cuando me acosté no se movió y sigue estando de espaldas. La toque los brazos y estaban fríos.
Como ya amanecía le vi las manos que tenían un color azulado.
Me paré la miré con horror y vi que era mi esposa que estaba muerta, no de la persona que estaba pensando.
Menos mal, por un momento supuse que podía ser mi madre.
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