En el año 1973 conocí en una escuela de idiomas de mi ciudad a una joven morena de ojos
achinados llamada Clara de la cual al sentir una atracción singular por las mujeres exóticas no
tardé en proponerle de salir, a lo que ella accedió sin ningún reparo.
La verdad es que congeniamos enseguida, y empezamos a ir al cine, a tomar una copa en los
PUBS de moda, y en el entretanto nos besábamos en la boca con pasión hasta que nuestra
relación adquirió un matiz más profundo.
En una ocasión yo le dije que me apasionaba cierta música clásica, y Clara como confraternizando
conmigo me respondió que a ella también le gustaba, por lo que un día fuimos al modernista
Palacio de la Música a escuchar un concierto con piezas de Mozart.
Seguidamente la acompañé a su casa que estaba situada en el popular barrio Mayor de Gracia,
que venía a ser como un pueblo dentro de la gran ciudad.
Pero yo no sabía el rígido tradicionalismo que empañaba barrio porque al llegar al portal de su
vivienda que estaba iluminado por una luz mortecina, coincidimos con su hermano mayor llamado
Fermín que era un tipo con gafas, y corpulento.
Tras las presentaciones de rigor, él en un tono autoritario le dijo a su hermana:
- ¿Subes Clara?
- Sí, ahora vengo - respondió ella.
De repente Fermín encarándose conmigo me preguntó:
- ¿Subes tú también?
- No... Ahora no... - balbucí sintiéndome presionado.
- ¿Ah, no? - se sorprendió Fermín- ¿Pues a qué esperas? ¡Si tú no subes, ella no baja! - me
chantajeó.
Confieso que en aquel momento debería de haber roto aquella relación con aquella mujer que
estaba bajo la influencia de su autoritario hermano, puesto que yo no tenía porque admitir
ninguna amenaza de nadie. Mas como yo me sentía tan subyugado por la romántica actitud de
Clara no se me pasó por la cabeza tomar tal drástica decisión.
Al cabo de unas semanas los acontecimientos se precipitaron, porque en aquella época, y en mi
lugar de origen, si un novio de una chica no se daba a conocer a la familia de esta, no "daba la
cara" - como se decía-, se consideraba que él no era de fiar, y todo se podía ir al traste. Es decir,
que en aquel ritual costumbrista subyacía un latente chantaje sexual, y emocional, auspiciado por
la misma fémina.
Así que un domingo por la tarde me presenté en el domicilio de Clara donde me recibió su padre,
que era un hombre delgado, de cabello entrecano, y envuelto en un batín gris, el cual me condujo
a la sala de estar en la que había un gran ventanal que daba a la calle. Entonces, desde su sillón
me dijo:
- Hace ya algunas semanas que sale con mi hija, y ella me ha hablado de usted. Sepa que Clara
es una buena ama de casa, y muy ahorradora...
Se me ocurrió que aquel hombre trataba de venderme una mercancía de la que se quería
desprender.
-... Y dígame. ¿Espera casarse pronto? Piense que ella ya es una mujer mayor, y no está para
perder el tiempo - prosiguió aquel patriarca-. Porque si usted no se casa, ¿qué hacemos con una
mujer de veinticinco años? ¡Cásese hombre, cásese! - me presionó.
- ¡Bueno ya veremos! Primero nos tenemos que conocer mejor - repliqué yo-. Y luego tenemos
que reestructurar nuestro negocio, porque hemos pasado una crisis económica- mentí respecto a
mi trabajo, que consistía en un prospero comercio de ropa de caballero, con el objeto de
distanciarme de aquel asedio.
- Sí, sí... Claro. ¡La crisis! Yo también tuve un negocio, pero se me fue a pique por culpa de los
impuestos que nos exigía el Estado desde Madrid, y también de esta otra gente de diferentes
regiones de la península, que han venido aquí a comerse nuestro pan. Yo los metería a todos en
un barco con una bomba, y que explotara en alta mar - expresó el hombre con resentimiento-. Mi
hijo Fermín que es muy listo, y tiene intereses con algunas empresas de la capital del Reino,
cuando va allí planta cara a mucha gente que no nos quiere comprender.
Si realmente el hermano de Clara cuando iba a la capital de la península donde tenía intereses
comerciales despotricaba contra sus habitantes, es que no era precisamente un tipo listo, sino que
más bien era un necio, y un grosero, y también un inadaptado; a no ser que cuando regresara a
su tierra natal mintiese como un bellaco acerca de su negativo comportamiento en aquel lugar
para darse importancia ante los demás. En otro orden me molestó el despectivo comentario del
dueño de aquella casa, ya que mi familia estaba compuesta por personas de diferentes rincones
del país, aunque preferí no entrar en discusión.
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