EL HOMBRE DEL MAÑANA

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                                        EL HOMBRE DEL MAÑANA

 

        Ésta era una tienda donde un mago vendía capacidades, cualidades, facultades, con la sola promesa de no devolver ni pedir otros atributos cuando aquellos fuesen concedidos. Tan fue así que en el momentote abrir ya se había difundido la noticia. De tal manera que los ciudadanos del lugar pronto empezaron a asistir a dicha venta. Todos creían que así sus problemas habían llegado a su fin.

     Comenzó el suministro de los dones. Los que consideraban necesario poseer más valor, más valor demandaron y en seguida de más valor se vieron dotados para acometer sus empresas. A otros le pareció solicitar más confianza en sí mismos y también la obtuvieron.

    De la misma guisa aconteció con los que pidieron ser más independientes. La verdad es que hasta aquí todo iba muy bien.

    El problema llegaría cuando a algunos se les ocurrió que lo que necesitaban era ser más felices, que los quisieran más las gentes. A lo que el mago respondió: eso no me está permitido concederlo. Pensad que, tal vez todo cuanto os ofrezco sea el medio para conseguir ese fin. Directamente eso no está dentro de mis poderes, sin embargo, puedo proponeros que vosotros procuréis una mayor capacidad para querer a los demás, esto es, volveos más cariñosos, solidarios, solícitos con los demás, porque aquí sólo se puede dar lo que puede partir de uno hacía los demás, más no lo que va de los demás hacia uno.

     Todos comprendieron que el secreto del mago radicaba en proponerles hacerse mejores a sí mismos, pues, sin saberlo, todos eran poseedores de tal virtud. Y puesto que lo preferible era poseer más fortaleza, más generosidad, más templanza, mayor tolerancia, exhibir mayor afecto y equidad, en definitiva, cultivar toda una serie de valores hoy en desuso o por lo menos en franco retroceso al considerarse éstos baldíos o de poca o ninguna importancia, comparados con los bienes que podrían lograrse si se piensa exclusivamente en uno mismo. O sea, obedecer y sucumbir, sumisamente, al auge del individualismo, el narcisismo, la autosuficiencia sin filosofía. El tú, el nosotros, el vosotros, el ellos fueron desapareciendo del concepto de uno.

      Hubo un tiempo en que ocurrió que, al ver el espejismo de su poder, las personas se creyeron pequeños dioses y se dedicaron a esperar de los demás lo que los demás esperaban de ellos. Llegados a este punto donde exclusivamente el ego se alimentaba a sí mismo, en cada uno y así, se había ido configurando la ciudad actual, poblada de pobres ciudadanos, el ser humano extinto y donde no cabían sentimientos más allá de los que cada uno pudiera crearse para alcanzar el trono solitario y vacío, pleno de competencias y, en el fondo, pleno de miedo y frío.

      El bazar estaba abierto para construir una nueva ciudad para el futuro.


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