El colegio de curas

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Seis meses hace ya que todo empezó y todavía no han logrado descubrir a los culpables. Con la primera desaparición nadie podía adivinar lo que estaba por venir. El único testigo de ese primer caso solo pudo afirmar que le vio con un cura. La sotana le delató. Aseguró que, por desgracia, no pudo verle la cara, pero sí la del chaval. Sabía que era uno de la clase de los mayores. Lo conocía por haberle visto muchas veces en el patio, cuando iba a recoger a su hijo.


Todos los secuestros tuvieron algo en común: se produjeron a la salida del colegio, aprovechando la aglomeración y confusión reinantes a esa hora. Lo que resultó sorprendente para todos ?padres, maestros y policía? fue que los desaparecidos fueran internos, de ahí que sus padres no les echaran en falta ni supieran nada de lo ocurrido hasta que se les comunicó el infortunio. ¿Qué hacían, pues, fuera del colegio cuando debían haberse retirado a sus habitaciones o a la sala de estudio? ?se preguntaron. En todos los casos, seis en total, los poquísimos testigos oculares ?ya se sabe que la gente va a lo suyo, sin reparar en lo ajeno? coincidieron en haber visto a los chicos marcharse con un hombre ataviado con una sotana. Era de esperar, pues, que sospecharan de todos y cada uno de los curas del colegio. Más de treinta.


¿Dónde estarán y qué les habrán hecho a esos pobres muchachos?, se estará preguntando todo el mundo, empezando por los padres de los desaparecidos. Los padres. Ojalá sufran lo indecible. Se lo merecen. No mostraron demasiado interés por saber la verdad sobre aquel “incidente”, como lo llamaron. Miraron hacia otro lado. Deberíamos haberlos hecho desaparecer también a ellos.


¿Quién puede adivinar quienes son los causantes de esas desapariciones? Después de lo que ocurrió, nuestro comportamiento nunca ha dado lugar a sospechas. Todo quedó en nada y todo volvió a la normalidad. Ya es cosa del pasado. Punto y aparte.


Se dice que la policía está estrechando el cerco y cree saber dónde pueden encontrar a los secuestradores. Hemos oído que solo es cuestión de días para que descubran nuestro escondrijo. No sabemos si es cierto o solo es un farol para tranquilizar a la opinión pública. Claro que el factor sorpresa es fundamental. Quizá sí que estén atando cabos. De ser así, no hay tiempo que perder. Tendremos que pensar en lo que vamos a hacer.


******


Ya hemos tomado una decisión. Lo primero será deshacernos de las asquerosas sotanas. Un buen fuego servirá. Nadie se extrañará de ver una hoguera en la noche de San Juan. Luego los cuerpos. El olor a carne quemada se hará notar, pero están tan escuálidos que las llamas los consumirán en poco tiempo. Lástima, hubiéramos deseado prolongar un poco más su suplicio. Se lo tenían merecido. Abusaron de nuestra confianza y de su autoridad. Nadie nos creyó. Nadie les culpó. Fue su palabra contra la nuestra. Y sus abusos quedaron impunes. Hasta ahora. Esta vez han sido ellos quienes han caído en la trampa.


Es el fin. No nos queda más remedio que volver al colegio e inventarnos alguna historia sobre nuestra desaparición. Cualquier cosa valdrá. ¿Acaso no dijeron que éramos unos chicos con una gran imaginación? Después de aquel “incidente” seguro que nadie se atreverá a preguntar qué hacíamos de la mano de aquellos curas. Tampoco creemos que quieran saber qué ha sido de ellos.

 


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