Los símbolos imitados en las opacas paredes del lugar denotaban la aparición de extraños seres que fueron en su época entes mitológicos que pernoctaban en la conciencia de los primitivos seres y, que ante su imagen a ellos solo les quedaba aprehender su figura, consumar su fantasía, reflejarlas en los muros y conservar así esos rezagos de la historia.
Había un jeroglífico muy particular, tenía forma de serpiente y en su cola llevaba dos estructuras sobre las cuales se sostenía. De la efigie se observaba cómo se desprendían unas criaturas doradas que al contacto con la opaca pared se desvanecían y adquirían una consistencia arenosa que luego se difuminaba y se evaporaba en las líneas del tiempo.
En una segunda pared la serpiente se ve incorporada, y aquel polvillo que antes se deprendiera de ella se convertía en un ser universalmente ininteligible. Tenía unos cuernos y se veía furia en su semblante.
En la tercera corte de imágenes, la serpiente es devorada por la bestia. Solo la estructura sobre la que se sostenía se conserva intacta; sobre ella la bestia se asienta apropiándose de su poderío.
En una última sucesión de imágenes se ve cómo el monstruo se transmuta, se camufla entre las sombras y entre los frondosos apartados decorativos y mágicos de un bosque repunta su silueta.
Aparece entonces una imagen conmovedora, que al contacto con la visión de los espectadores deja de manifiesto las concreciones interpretativas de las artes primigenias…una manzana pende de un árbol y ante la sutileza de su imagen la bestia cae rendida. Se ve en el fondo del jeroglífico la mujer desnuda y un hombre rendido ante sus pies. Los observadores ante su impresión iconográfica asumen a Eva e intuyen a Adán. Se preguntan como una tribu nómada sin lenguaje, sin concepciones teológicas de creación y pecado, pudieron reflejar de manera tan pura la mágica escena del Génesis. Después de todo lo que existe en la conciencia como histórico siempre se ve reflejado en los anaqueles de la historia representados ahora como un jeroglífico plasmado en las duras paredes de la tradición.
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