EN LA FORJA

UNA DE HERREROS

Sujetaba el martillo con fuerza. Al bajar el brazo dejaba que el peso del martillo mandara; él sólo dirigía el golpe. Así poco a poco iba dando forma a aquel trozo de metal. Le gustaba mucho su oficio. Era de tal manera que no se podía acelerar ni ir más despacio. Tenía que hacerse con paciencia poniendo mucho de uno y canalizando la fuerza divina que actuaba en cada golpe.

Estaba forjando una espada, sería para su hijo. Llegaría el día en el que no serían necesarias las espadas para conservar la vida, pero hasta entonces había que defenderse por medio de las armas. Ahora su oficio estaba bien visto, pero sabía a ciencia cierta que antaño todo el mundo temía a los herreros como si fueran peligrosos o malvados. Él no era ni una cosa ni otra. Le encantaba su oficio y realmente hacía un gran servicio a la comunidad: no sólo forjaba espadas, también hacia herramientas, utensilios de cocina y piezas de labranza. Le encantaba el fuego y dar forma a los metales. Pero sobre todo le gustaba encontrase a si mismo mientras trabajaba. Era como mejor conectaba y de esa manera se sentía uno, se sentía él mismo y sobretodo sentía su fuerza y verdaderamente libre.

Odiaba cuando le decían lo que tenía que hacer y como tenía que hacerlo, como si él no tuviera voluntad propia y no fuera dueño de sus actos. Por eso no le gustaba demasiado la mayoría de la gente. Sólo se sentía cómodo en presencia de unos pocas personas. Era algo que hasta ahora no había logrado entender; con algunas personas se sentía estupendamente y con otras simplemente se sentía muy incómodo. Estaba a gusto en soledad, centrado en su trabajo, concentrado y compenetrado consigo mismo. “Cada persona es de una manera pensaba él”.