La mujer camina aciaga sobre toboganes de terciopelo negro. Para acompasar el sonido de rutina desierto de sueños, lleva un maletín, disfraz de sus soledades atrapado entre los dedos. Deambula por un barrio que la mira de soslayo y en su corazón se vierte la necesidad. Necesidad de que su esperanza de cemento deje de resquebrajarse de decepciones. Tiene seca la belleza interna de tan demoledora infelicidad. En su recorrido se topa con un parque, juego de ilusiones. La nostalgia de la inocencia la reclama a voces. Levita hasta la fina arena. Allí, junto al alboroto de quienes proclaman su alegría, se siente un gigante triste. Un columpio solitario la espera en un balanceo de bienvenida. Deja sus soledades aparcadas en la tierra y se sienta. Un edificio se alza ahogando el cielo y un solo pensamiento la obsesiona,”¿que hay al otro lado?”. Comienza a columpiarse. Risas ajenas caen como alfileres sobre ella,risas que contagian la suya. Atrás y al frente, al pasado y al futuro. “¿Qué hay al otro lado?”. Libertad para arriesgarse. Ríe, llora y de sus pies se deslizan sus zapatos. Estos quedan suspendidos entre las posibilidades del cielo y el sombrío edificio. Por primera vez, la de la seca belleza esta viviendo. Pesan menos la penas y pesan más sus deseos. Se columpia fuerte al frente, al futuro. Ella, pura y verdadera, más que antes y menos que siempre. Ella y la alegría. Rato después se marchó, descalza, siguiendo su intrépido camino y la que mantiene la esperanza de cemento vagó sabiendo que reír la hacía sentir una mujer más bella.
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