Hace unos meses cambié mi domicilio. En el giro radical que quise darle a mi vida, me trasladé a una población completamente diferente a la que había sido mi casa desde muy pequeña.
Llegar a un sitio nuevo, sola y sin conocer a nadie no es una situación fácil pero yo tengo una extraordinaria capacidad para absorber y adaptarme al medio sin necesidad de convivir con el resto de mis conciudadanos.
Sin embargo, cuando realicé la primera toma de contacto con el entorno, para localizar los sitios que me serían necesarios, descubrí un local que, a estas alturas, se ha convertido en el más usado en mi día a día.
Me gusta desayunar fuera. Sentir el sol y el aire de la mañana. Sentarme en una terraza y disfrutar de un café mientras veo la actividad cotidiana del resto del mundo. Por eso el "Forn del barri" es mi segunda casa en Gavà. Sus dueños son tan amables, que soportan que les ocupe una mesa, a veces durante horas, porque se ha convertido en mi sitio fetiche para escribir los post de este Blog.
Pero, tras volverme cliente habitual, observo asombrada el carácter especial que tiene este negocio.
Los parroquianos que nos damos cita en él somos un grupo mucho más variopinto de lo habitual.
Por las características de mi trabajo puedo ir a almorzar bastante a menudo pero, los momentos son siempre diferentes. Tan pronto voy a primera hora de la mañana como a última. Por eso me he convertido en espectadora privilegiada de los cambios de turno que se producen entre la clientela.
Cuando caigo por allí casi antes de amanecer, después de salir del turno de noche, suelo coincidir con los pocos que tienen tiempo de tomar un café antes de seguir hacia sus obligaciones. Almas etéreas a las que casi no te da tiempo a ver.
El siguiente turno lo ocupan aquellos que pueden permitirse el lujo de sentarse en un bar a tomar el bocadillo de media mañana.
Normalmente son una nube de obreros con mono, manchados de pintura o cemento. También gozamos con la presencia de los chic@s que nos mantienen la calle como una patena.
Cuando todos ellos vuelven a sus obligaciones, se disfruta de unos momentos de calma antes de la tempestad.
De repente y como por arte de magia, igual que si se hubieran trasladado a través del muro de la estación de Harry Potter, empieza ha avanzar desde la parte baja de la calle, una manifestación bulliciosa de jóvenes. En la cafetería ya están preparados con mesas extras y bocadillos de los habituales ya preparados. Saben que tienen poco tiempo.
Si llegas en ese momento te encuentras con el local completamente atestado de jóvenes que hablan, ríen, repasan sus apuntes...
Pero con la misma facilidad con que se repliega el mar, esta marea que inunda el local también se retira rápidamente para volver a sus clases.
El otro día oía a un comercial inmobiliario decir que, la zona donde vivo es multicultural. Más que eso, yo diría que es una zona donde payos y gitanos convivimos en perfecta armonía. Y esa es la tercera oleada que invade esta nuestra casa.
Acuden familias enteras a desayunar juntos y, como pocas veces en mi vida, disfruto al ver tantos niños juntos, guapos como pocos, que imponen esa alegría que sólo ellos tienen la potestad de ejercer.
Ese es mi despacho, donde me sumerjo en mis historias sin ser molestada.
Si visitáis Gavà en algún momento, no dejéis de pasaros por "El crisol del barrio".
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