De nuevo, un sudor frío recorre mi cuerpo bajo la colcha arrugada que protege mi lecho. La misma sensación lleva acompañándome desde que era niño. Resultan pocos los momentos en los que he logrado zafarme de ellos. Son, por el contrario, muchas las noches en vela, cubierto de silencio y cegado en la oscuridad. Soñaba con que la noche pasara deprisa; añoraba los primeros rayos de la mañana, pues era lo único que los hacía desaparecer. Soñaba, qué paradójico.
Ahora ni siquiera codicio la imposición del día sobre la noche. Ya no sirve: han aprendido a mantenerse despiertos, vivos y jadeantes, siempre dispuestos a servirme y atormentarme. No tengo escapatoria.
No siempre ha sido así. Antaño la luz del sol les hacía huir, mientras a mí me daba fuerzas y me permitía envalentonarme durante un tiempo, aunque a decir verdad, no demasiado. Finalmente, volvía a requerir el refugio de mis sábanas cuando mi fiel aliado se escondía por el Oeste. Y allí estaban una vez más, incansables, prestos a llevarme con ellos hacia quién sabe dónde. Sus figuras eran de lo más variopintas: algunas eran impuestas fielmente por la realidad del día; otras simplemente eran fruto de mi desazón. Era indiferente. Compartían un mismo objetivo y eso era –y es– lo que les hacía fuertes.
Con el paso de los años, su resistencia no hizo más que incrementarse. Poco a poco la luz del día dejó de ser mi aliada para sucumbir a sus designios. Dejaron de afligirme bajo deformes contornos para ajustarse a la mismísima realidad. El refugio de mis sábanas dejó de ser tal, no era suficiente, no es suficiente. Así, traté de encontrar nuevos aliados que los hicieran frente. Enorme fue mi sorpresa al creer conseguido mi objetivo.
Lejos de mi angustioso techo hallé respuestas y soluciones durante algún tiempo, gracias a la proximidad de otros y otras a los que podía denominar mis iguales. Nos uníamos bajo luces partidarias en pos de organizar una lucha encarnizada contra nuestros agresores. No mentiría si aludiese al transcurso de esta época como una de las más reconfortantes de mi vida. Tampoco miento si reconozco que buena parte de la misma se sustentó en la más vil ignorancia, la cual me permitió encubrir mis verdaderas aspiraciones bajo el velo de la vacua práctica. Una acción sin sustento carece de significancia, mas reconforta los ánimos, sirviendo de panacea que calme verdaderas operaciones e impidiendo consecuentes transformaciones.
Al igual que los míos, me aferré a dicha panacea, que me permitía no sucumbir tan fácilmente a los asaltantes. No fue suficiente. Las luchas de resistencia no están formuladas con el objetivo de cambiar una realidad, sino de mantenerla bajo una condición más favorable. Yo no quería convivir con mis monstruos, yo quería destruirlos, lo que me llevó a alejarme de los que un día fueron mis iguales. Volví a rendirme ante la soledad nocturna y diurna, hasta ahora.
La relatividad del tiempo no impide el esclarecimiento de un final definido, predecesor de un principio incierto. Mi término, quizá, no debiera llegar aún. Sin embargo, hace mucho aprendí que pocas cosas dependen de uno mismo. Hoy no me resistiré ante mis asaltantes, pero tampoco me dejaré apresar. Simplemente caeré de bruces contra sus sombras, mientras ellos, esbozando sonrisas cómplices desde la altura que les caracteriza, absorben el poco aliento que me quedaba por desprender. Una nueva víctima les espera. Incansables. Por desgracia no es el final, sino un final: el mío.
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