Homenaje a Homero Manzi
Por Carlos Delfino
Enviado el 07/12/2017, clasificado en Reflexiones
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Fue mucho más que un exquisito letrista de tango: fue un protagonista clave de la cultura popular de los años 30 y 40. Periodista, poeta, guionista de cine, gremialista, nació en Añatuya, Santiago del Estero, pero su universo estaba ubicado en las calles del sur de Buenos Aires. Con tangos, valses y milongas insuperables ("Barrio de tango", "Malena", "Milonga sentimental", "Romance de barrio" y tantos más), su vigencia es absoluta. Murió a causa de cáncer, a los 43 años.
En su corta vida de 43 años Homero Manzi no le rehuyó a nada. Hizo letras de tango, política, periodismo, escribió libretos y guiones para cine y sketches para radio, Aunque en una actividad se destacó más que en las otras -finalmente la renovación letrística en el tango es lejos la que más perdura-, se lo puede pensar como una figura integral que peleó por una redefinición de la cultura popular en tiempos de arduas luchas políticas. Pero cada disciplina en su obra estuvo demarcada. Si algunas de sus letras apelan a la nostalgia por el barrio que se moderniza, a suaves caricias por los personajes irremediablemente perdidos, en el campo social predicó con firmeza sus convicciones.
Sexto de ocho hermanos, Homero Nicolás Manzione nació hace exactamente un siglo en Añatuya, Santiago del Estero, donde su familia se había afincado para cultivar algodón y maíz. A los pocos años estaba de vuelta en Boedo, por entonces un suburbio de una ciudad que pegaba irrefrenable el estirón inmigratorio. Su adolescencia como pupilo en el Colegio Luppi es más que una referencia biográfica de esos años entre Pompeya y Boedo. De sus paisajes se nutrirá para construir algunos de sus versos culminantes. Con el tiempo amasará ahí una mitología, su propia aristocracia arrabalera (Barrio de tango, Manoblanca, Sur).
Pero los años 20 son aún de definiciones para el joven estudiante de Derecho. Se alista en el radicalismo y milita en el yrigoyenismo, en momentos de tensa confrontación interna con los alvearistas que gobernaban el país. Visita a Hipólito Yrigoyen y le otorga tintes casi místicos al encuentro: "Ese día mi asombrada adolescencia realizó la síntesis de su pensamiento nacional, pero no nacionalista; y universal, pero no universalista". La admiración por el ex presidente lo acompañará siempre, aun cuando sufriera prisión, militara en FORJA o simpatizara con el peronismo, cuyo proceso político lo asimiló como una extensión lógica de las ideas del líder radical.
A los 15 años, escribe sus primeras letras. Ninguna de ellas tendrá demasiada trascendencia, excepto un tango que musicalizaron Cátulo Castillo y Sebastián Piana: Viejo ciego (de 1926). Mucho más que la reunión de apellidos ilustres, importa el sesgo que le otorgan al tema estrenado por Roberto Fugazot. Se trata de una letra que se codea con la poesía, que abreva de la literatura. Detalla Aníbal Ford en la biografía Homero Manzi: "El lenguaje mismo que utiliza es insólito en el tango. No sólo elude el lunfardo. Maneja un vocabulario culto, literario: lazarillo, añejos, rocín, parroquiano, portal, bardos". Está influido por sus lecturas de Evaristo Carriego, por el Jorge Luis Borges ultraísta y por las enseñanzas del padre de uno de sus amigos, Cátulo Castillo: el director y dramaturgo anarquista José González Castillo.
Durante la década del 40, sus letras alcanzan la plenitud, su mayor profundidad poética. Capitanea un lote de apellidos que le dan brillo a los años de oro del tango (Discépolo, Expósito, Castillo, Cadícamo y Contursi, entre otros). Aunque ya todos portan sus medallas, es el momento de máximo esplendor: el tango sintoniza como banda de sonido de la época. En ese marco, Homero Manzi conoce a Aníbal Troilo y juntos componen el vals Romance de barrio y los tangos Barrio de tango, Sur, Che, bandoneón y Discepolín. Si bien firman apenas un puñado de obras -seis en total-, los catapulta como símbolo perfecto entre los binomios creativos.
El Manzi del final no es menos activo que el de años anteriores. Presidente de SADAIC, simpatizante del peronismo, pero sin afiliarse e irónico con la censura impuesta a las letras de tango, conocedor de su cáncer, apresura sus proyectos. Tampoco deja de lado su afición por las carreras de caballos (una anécdota tragicómica cuenta que Manzi atrasa su última operación porque tiene el dato de una carrera en San Isidro). Muere el 3 de mayo de 1951. El velorio aglutina a personajes del cine, del tango, de la política, del teatro, del periodismo. Un elenco tan vasto como él mismo.
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