Carla y el ausente.

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Paseo por el centro en un deambular cómodo y placentero, me gusta la gente y las miro con complacencia, a veces me permito analizarlas, son las menos, me conformo con irles al aire, empaparme de gestos, de miradas. Hay quienes me miran, les sorprendo, puede que sea mi desenfado, mi forma de ir de aquí para allá sin un destino establecido, como sin meta. 

A la altura de “Casa Mira” me pregunto si me apetece algo fresco, - ¿Una horchata quizás?, me da pereza y decido - Mejor luego. En la Plaza de la Constitución, frente al “Bar Central” la veo, está quieta, pensativa, su actitud no es de espera, me llama poderosamente la atención su pelo libre y algo alborotado. Como imantada me mira directamente y me sorprende en plena contemplación, muestro tanto respeto que no le aparece el más mínimo pudor, me abro con la mirada y ella me sonríe. Me acerco tal cual, sin acelerar el paso, percibo en ella curiosidad. Me presento con naturalidad - Soy Javier, ella me responde con acento italiano - Me llamo Carla. Sus ojos color caramelo son grandes, hermosos, me mira con dulzura y el encanto especial que le dan los suaves pliegues que dan carácter a su rostro. Me ve tan joven que tiene indecisión, tengo que decirle, - Me has llamado la atención, me ofrece una nueva sonrisa a la vez que me pregunta - ¿Por qué?, - Tienes un halo de misterio, de no estar aquí, le doy mi respuesta a la vez que le ofrezco la mano para que me acompañe. Hace un gesto tierno, un mohín bello, apoya su decisión dando un paso hacia donde le indico, pongo su mano en mi brazo y la sumerjo en mi mundo. Le hablo de admiración, de encantos que superan edades, le pido que me hable de ella, se rinde a mi culto y me habla de atardeceres, de otras vidas, de otros lugares, se olvida de si misma. Ahora es tan joven como yo, incluso más, está tan radiante que deseo dibujarla, quiero dejar constancia de ello, quiero que vuelva a sentirse así cuando se vea porque no hay cámaras que capten el alma. Me sigue alborozada, nos sentamos casi a escondidas al final de un bar. Saco de mi pequeña mochila un bloc de dibujo y lleno la mesa de lápices, el camarero nos invade y rompe por segundos la magia, cuando desaparece ambos damos un suspiro. Ella me mira con su sonrisa de amanecer, entro en entusiasmo, me adentro en su mundo, le pido que me hable, que me hechice de nuevo, ríe, es feliz, se ilumina toda y me habla como al amigo que ya soy, comienzo a dibujar con frenesí, con ansias de plasmar cuanto capto, pero es infinita, paso de una hoja a otra, las lleno de bocetos. De pronto se le serena el rostro, veo tanta calma en su mirada que me inunda su paz, le hago un gesto casi imperceptible, es un -¿Qué ha motivado el cambio?, me mira en lo profundo y me dice, - Es él, que de nuevo ha vuelto, entiendo, porque su cara de ahora es la misma de cuando me llamó tanto la atención al descubrirla y le digo con complicidad y con la certeza de que se refiere a su esposo ausente, -¿Ha querido saber algo más de mí antes de volver, verdad?-.

Su única respuesta es, - Nunca conocí a nadie tan bello como tú. Luego se levanta me da un beso en la frente y se marcha. 

Durante horas sigo dibujando con un entusiasmo inusitado, lleno la mesa de hojas sueltas y voy pasando de un boceto a otro llenándolos de vida, cuando acabo estoy tan exhausto que me cuesta saber donde estoy. Es entonces cuando me percato de que a mi alrededor hay mucha gente sorprendida de cuanto he llegado a decir con los lápices. Una timidez sorprendente me invade en lo más profundo, recojo con cierta precipitación y me levanto, intento pagar pero el camarero me dice - Está usted invitado, ya en la puerta miro hacia atrás y todas las miradas están centradas en mí, levanto la mano algo más desenvuelto en forma de despedida y todos me dicen adiós.  


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