Ojalá

Duele. Duele, duele como si me hubieran arrancado un pedazo de mi alma, como si me hubieran separado de mi piel, y mi carne desnuda estuviera sufriendo las inclemencias del tiempo, incapaz de curarse, incapaz de volver atrás, por más que lo desee. Duele tanto que a veces creo que me desmayaré de dolor. Otras consigo escapar de él, arrinconarlo en algún oscuro cuarto de mi mente. A veces hasta consigo sonreír sin preocupaciones. Pero son tan cortos esos momentos de respiro… Tan cortos.

No dejo de consultar el teléfono. A veces, durante horas, no hago otra cosa que mirar su chat. El corazón me da un vuelco cada vez que veo que está conectado. Y me decepciono cada vez que veo que no está. Pero no soy capaz de hacer nada más. Hay veces que espero que la intensidad de mi mirada sea capaz de atravesar mi terminal, que los kilómetros que nos separan se fundan en un solo instante. Hay veces que tengo un miedo terrible a que nunca podamos saltar este abismo. A que su piel se me haga extraña, a no recordar cómo eran sus besos, a no volver a sentir el roce de sus manos. Tengo tanto miedo a no volver a sentir su calor como antes, a sentirme incómoda bajo su mirada, esa que tantas veces me dejó sin aliento.

Y no puedo hacer nada. Tan sólo esperar impotente a que los caminos del tiempo y del destino decidan cruzarnos de nuevo mientras nos hacemos daño sin querer. Qué tortura tan terrible…

Oh, y duele. Duele, duele como si me hubieran arrancado un pedazo de mi alma. Pero entonces me doy cuenta. No es el alma, ni el cuerpo, ni la piel. Lo que tengo roto, cercenado, es el corazón. Ojalá vuelva a mí algún día, como un mensaje en una botella arrastrado por el mar. Ojalá no me consuma por completo antes de que eso pase. Ojalá ya no duela.

Ojalá vuelvas a mí.