Es Navidad. Voy a mi armario y busco el disfraz de felicidad que se supone que me tengo que poner estos días. No lo encuentro. Como tampoco encuentro mi espíritu consumista. Por desgracia, no estoy en el grupo de los prosaicos, pero tampoco me siento integrada en la secta de los místicos. De ahí que, mi inadaptación, aumente exponencialmente. No me gustan los espacios cerrados donde, el público en general, se “empana” buscando regalos y te empuja, te atropella e invade tu espacio. No me gustan los espacios abiertos donde la gente se “empana” mirando la decoración navideña de las calles y te empuja, te atropella e invade tu espacio.
Visito a mi familia muy a menudo, así que, no me hace especial ilusión verme obligada a quedar para cenar. Estoy cansada a esas horas, solo quiero quedarme en casa y descansar.
Para mí no es plato de gusto ponerme el uniforme de “vestirse para salir”. Hace siglos que no voy a bailar y, espero, no volver a hacerlo. No me gustaba ni cuando era adolescente.
Odio pasar una tarde entera poniendo adornos, con la peor gracia del mundo, para tener que quitarlos una semana después
No me gustan las miles de variedades distintas de dulces que se venden especialmente para estas fechas. Y, normalmente, bebo más de la cuenta para conseguir superar el aburrimiento.
Extraño a mis padres de una manera dolorosa todo el año. Pero la gente me hace añorarlos más todavía, recordándome todo el tiempo, lo que disfrutaban en esta época. Así que, paso directa del aburrimiento a la melancolía.
Me parece absurdo gastar una pasta en menús con precios abusivos porque son de Navidad o de Reyes, cuando la calidad deja mucho que desear. Te ponen lo mismo en febrero y te cuesta 10 euros. Y encima, estas en un salón enorme, lleno de gente que grita hasta que las cuerdas vocales no les dan para más mientras ejércitos de niños mal educados, saltan, corren o lloran a tu alrededor.
Para mi, el hecho de pensar que regalos voy a comprar, se me hace tan difícil como proyectar el próximo transbordador espacial. Estoy deseando que mis sobrinos sean mayores para darles el dinero y que compren lo que quieran.
Y habrá quien se pregunte, ¿esta mujer le ve algo de bueno a las pascuas?. Pues, mira tú por donde, sí. ¡¡¡LAS VACACIONES!!!.
¡Juro por lo más sagrado que si alguien me dice que no puedo disfrutar de la otra mitad de los días de descanso que me corresponden, me pongo a llorar como un bebé!.
En fin que, si por mi fuera, me metería en casa desde la Nochebuena hasta después de Reyes.
De todas maneras, queridos lectores, como mi madre me dio una buena educación, os deseo a todos una... ¡FELICES FIESTAS!
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