Por mucho que poseamos, si no somos capaces de ser caritativos, si no compartimos, no tenemos nada. Lo dicen, en sus textos principales, la mayoría de las religiones del mundo. Nos diferenciamos los seres humanos por muchas cualidades hermosas, a veces por perfiles negativos también, en relación al resto de la Naturaleza. La capacidad de hablar, de fabular e imaginar, de transcender en el tiempo con las creaciones, etc., es uno de los cimientos. Asimismo es un gran baluarte el ayudar a los más débiles. Es, o debe ser, un rasgo distintivo.
Leo en estos días que Enrique Ponce ha donado uno de sus recientes premios (son varios durante este año) para los más desfavorecidos. También observo con gratitud como se organizan festejos taurinos cuya recaudación es para los más necesitados. No es una coyuntura nueva, pero tampoco pierdo la capacidad de sorprenderme en positivo por algo así.
Entre los eventos que podríamos destacar contemporáneamente está la tradicional corrida de toros de cada 12 de diciembre en la Plaza de México. Convinieron, en esta oportunidad, todos los intervinientes en hacer realidad la magia más bella del ser humano, fraguada en ayudar a su prójimo. Aludimos a personas que pusieron sus habilidades y su tiempo en pos de sus convecinos. No hay nada más hermoso.
Si nos fijamos, y eso hace más extraordinario cuanto decimos, se organizó un cartel de lujo, con el diestro madrileño José Tomás a la cabeza, radiante como siempre, que consiguió llenar un aforo que supera las 45.000 almas. Todo por una enorme causa: no olvidar a los que sufrieron el terremoto del 19 de septiembre en aquel país. La petición bien merecía un acontecimiento de esta envergadura. Se hizo y funcionó bien: ahí no cobraron ni los ganaderos para ayudar a los ciudadanos golpeados por ese seísmo tan atroz.
Me emociono al pensar como artistas de renombre y personas anónimas se aliaron para contribuir con los menos afortunados, en este caso tras una ingente catástrofe. De esta guisa aconteció: el arte, el valor y la cooperación tomados por las mismas manos, las de aquellos que entienden que el movimiento se demuestra andando. Los héroes de las plazas (insistimos, conocidos o no) se convirtieron en esos bastiones de una sociedad que brilla ante las dificultades. Fue así con los exponentes de unas ceremonias cuyo origen se pierde en el tiempo, en la pura antropología humana. Como está en la esencia de cuanto somos la propia supervivencia. Eso es, o debe ser.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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