Aunque tiembla, sujeta con firmeza el corto puñal de hoja ancha y empuñadura de nácar. Cuando la chica le sobrepasa unos treinta centímetros descarga con precisión y rapidez un golpe seco en su cuello abriendo en él una brecha profunda. La fragilidad de la adolescente se manifiesta en un quejido largo que rompe el sosiego de la noche. Cae de costado con los brazos abiertos buscando una ayuda que nadie puede darle. Todo es de un realismo hiriente, la sangre brota a borbotones de su cuello y de entre sus dedos que se afanan desesperados en taponar la herida. Su mirada busca en la oscuridad la causa del ataque mortal con patente horror y desesperación.
Alberto mira hipnotizado a su víctima que a sus pies tiene los estertores de una muerte que le viene de forma precipitada y sorpresiva, el pequeño cuerpo de la chica se encoge y de él sale un lamento largo que se ahoga en el silencio que lo invade todo a su alrededor.
Cuando suena el despertador, sus breves y graves notas musicales rompe la quietud de su sueño profundo. Emerge a una cotidianidad que le trae de improviso el impacto breve de una imagen ensangrentada. Aparta la mirada en un giro involuntario de su cabeza. Intenta borrar el recuerdo como si éste formara parte de un sueño terrible. La realidad toma consistencia mientras un doloroso tirón de encogimiento le agarra el estómago, el miedo le invade provocándole arcadas, corre hasta el cuarto de baño y allí queda inmóvil, sujeto al lavabo, su mirada la encuentra fija en el espejo.
Ya en el aula permanece callado, ausente, su pensamiento vuelve una y otra vez hasta la calle oscura. En su memoria permanece rota la imagen de la chica caída en el suelo sobre un charco de sangre que se ennegrece ya en contacto con el pavimento. Instintivamente recompone el largo proceso que ha seguido después del golpe fatal. Se ve corriendo con precipitación hasta encontrarse lejos del lugar de los hechos. Recuerda el descontrol que se le manifiesta con una risa convulsa seguida de tos, la vuelta a casa desorientado, su entrada por detrás evitando encontrarse con alguien. La suma de sensaciones cuando sentado en el cuarto de baño se apercibe de las manchas de sangre que aquí y allá aparecen desperdigadas entre su ropa. Como las frotó una a una, enérgicamente, hasta hacerlas desaparecer.
Se sobresalta cuando Luís le apoya su mano en el hombro para advertirle de su presencia, se miran, tarda en conciliar su imagen con el momento, advierte en el otro sorpresa, intenta con una sonrisa el reconducir la situación, - Estaba perdido, le dice justificándose, pero ya no es necesario… el otro está dos pasos más allá. Se queda reflexivo, - ¿Qué expresión tendría?, se pregunta, - ¿Demudada… quizás?, se responde a continuación.
No existió más causa que un instinto perverso, la necesidad de sentir la sensación de dominio y poder sobre la vida. Pudo haber sido cualquiera otra la víctima, el azar siniestro intervino sin apelativos. - ¿Soy un asesino?...
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