Jessica y el "Negro" 2º Acto

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Hace dos semanas que Jessica no aparece por el bar, desde que “el negro” le pegó. El dueño no habla de ello, el hecho todavía está latente, en su lugar un vacío agradecido, cierta sensación de bienestar, sentirse más libre. De pronto aparece ella de nuevo, su imagen les vuelve al pasado, el miedo les coge de abajo, ella no mira les hiere en silencio. Hoy no lleva falda corta, está enfundada en cuero, hasta el taburete suelta un lamento al sentirla, su café con leche está presto, como siempre. Alguien viene de pronto con la noticia, parece que ella la espera, es un repartidor de refrescos, lo suelta sin percatarse de nada, - A “el negro” le rebanaron el cuello ayer. Se hace un silencio que duele, una muerte golpea, ésta les sacude a todos, nadie la mira, quien puede atreverse. A ella le vuelve la calma, siente como recobra su espacio, se ríe para sus adentros. 

Recuerda como ayer un confidente que no hablará le puso sobre aviso, ella estaba allí, “el negro” salió de su coche confiado, su cuerpo pesado se perdió entre las calles, era ya atardecido. Le dejó ir complacida, a su vuelta ya estaba a la espera, agazapada, las manos enlutadas con guantes, en las entrañas el nudo de la venganza y la sensación de asedio del cazador. Cuanto morbo le acompaña, cada segundo cuenta, es un placer untado con hiel que sabe a menta. “El negro” después de mucho, vuelve, se sube al coche y rebufa, está con ganas de romper cosas, suelta un manotazo y el sillón cruje, a ella detrás la sangre le hierve, siente un placer enorme. Se prepara, tiene sabor a sangre en la boca, se levanta de improviso y ve como a él se le desencaja el rostro de sorpresa al verla, se le dilatan los ojos. El espacio es pequeño y se siente torpe, ella por el contrario es ágil y ligera. Le muestra en segundos el cuchillo largo y afilado, antes de que pueda hacer nada ya tiene el tajo dado, después los manotazos son torpes y aceleran su agonía. Ella le mira, “el negro” ya nada le puede decir, en última instancia quizás pensase que nunca debió atreverse con ella. Pero ya es tarde, muy tarde, para ello.

Jessica termina de tomarse el café, su cara no muestra expresión alguna cuando se levanta, al salir, llega a la puerta, se vuelve y mira al dueño, éste retrocede instintivamente. Ya en la calle en su rostro se le encaja una sonrisa fría. Sólo tiene veintisiete años. 


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