Dos inasumibles
Por Jesús Sieiro
Enviado el 03/01/2018, clasificado en Adultos / eróticos
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Gaby y Jose son dos cuarentones de costa playera, dos buitres coronados que se hermanan y forman un equipo perfecto. Tienen sincronía y se complementan, son imparables, peligrosos para braguitas ligeras, felicidad para una noche y rompen cualquier esquema. Ladrido agudo de perro para la competencia. Con aspecto agradable, color bronceado de veraneo perenne, miradas entre ellos de complicidad, no les falta más que pichonas golosas y tiernas.
Cerca hay un coche con dos guiris rubias, las alas y el pico les aparece a ambos de pronto, Gaby ya sabe que hacer, se les acerca, habla con proximidad, - ¿De dónde sois…?, - ¿Cuánto tiempo vais a estar…?, y a la más mínima, - ¿Nos lleváis con vosotras…?, risitas entre ellas, con un - Vale… es suficiente. Jose ya tiene acceso, se acerca, se presenta educado y solícito, tiene buenos modales, luego les hará reír, no sabe entrarles de primera pero se ajusta al guión fácilmente, a Gaby le tocará ir con la difícil, pero de haber gastos será Jose quién apoquine sin más.
Son dos braguetas que cumplen, tienen marcas de mil experiencias pasadas, la noche les conoce, las discos se les abren de par en par porque Jose responde, mesa reservada, cava o champan, que más da si las de turno lo merecen, eso sí, todos tienen que verlas. Las otras, incluso mucho más, es la tarjeta de presentación que dura todo el año.
No se hacen ascos entre ellos, pueden compartirlas, en sesión continua o simultánea, tanto les da si ellas lo consienten. Después convendrán juntos como justificarse con sus respectivas parejas, ambos tienen sendas jóvenes dispuestas a aceptar lo inasumible, es lo que les toca, sus machos son de arrebato.
La sociedad los asume de día con generosa complacencia, el primero se mueve en mantenimientos y el otro es un profesional cotizado, los une la noche y la vida loca, después uno sabe de bocadillos y coche en reparación, el otro de comidas en restaurantes de lujo (invitado por cliente satisfecho), deportivo y rolex de oro.
Con los SMS del Wasap se vuelven lobos solitarios, ahí no se necesitan, cada uno los recibe y envía a doquier, tienen fotos de cien jóvenes pidiendo guerra. No debes mostrarles interés o, te leerán cada uno los suyos y algunos harían ruborizar al propio diablo. Saben de pastillas para calmar, para acelerar, para alargar el momento, toda una sinfonía química guardada con celo en una cajita de marfil. Después o antes vendrán los protectores de estómago, los antiácidos, suavizantes, calmantes, las noches largas tienen recorrido de alcohol y de risas falsas, tienen que protegerse de ambas.
Les llueven las llamadas intempestivas, - Ven ahora, se acaba de marchar mi marido (tenemos dos horas), la foto sonriente de una mujer delgada, rubia y glamurosa le acompaña, - Si vienes ahora, te vas a enterar tú, machito. Ésta es joven, morena y de ojos expresivos.
Es un interminable viaje por querer parar el tiempo, saben que pronto se les acabará el galleo en corral ajeno, se miran los espolones y ya están crecidos y recios pero miran a otro lado.
La joven se mira la braguita minúscula y la encaja bien, las tetitas hacia arriba, se ve guapa en el espejo, encima se pondrá lo justo. El buitre viene hoy de murciélago, sabe de ella sólo lo que dice en su Facebook, en fotos da la talla, en lo demás parece que también.
Es una aventura a la que va casi a ciegas. Sube en el ascensor, un lingotazo y pastilla, después ya vera. La oye como ruge antes de tiempo, se apresura, llama conteniendo el impulso. Cuando la ve aparecer tras la puerta ya ruge todo él, prolegómenos… los que ha venido recibiendo ya son suficientes, le ha dicho que es viciosilla, que tiene hambre de macho, que sabe que tiene cartel pero el “sin entradas” se lo quiere poner ella al final.
La coge, la lleva, trae el desenfreno puesto, empieza por debajo pero no llega hasta arriba, las chispas sueltas dan calambre, cada uno pone lo suyo, es un juego de inventario y tienen ambos muchas existencias, tantas como fantasía.
Él aún se siente pura sangre, ella le achica los espacios, se los contrae tanto que suenan acordes de guitarra. Antes y después paladea el silbido de la flauta. Cuanto da de sí una pastilla y un sorbito del elixir mágico, se dice él.
Ahora ruge ella, después es una estampida, les queda chico el espacio, lo recorren en posiciones circenses, saben además que no habrá calma después de romper los primeros diques…
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