Era la segunda vez que lo veía, la primera fue una sorpresa su aparición, en la siguiente fue totalmente planeado encontrarlo. Ella buscó hasta que dió con una presentación que él dirigiera, él sólo hizo su trabajo sin sospechar todas las historias que se entretejian. Si te pones a pensar, a nuestro alrededor hay un sin número de relaciones que se cruzan, que te tocan más o menos pero todo está ahí esperando tu jugada. Su primer movimiento fue la obertura Egmont, a ella le recorrió un escalofrío con las primeras notas aún sin saber nada de música, a su acompañante le sucedió casi lo mismo sólo que en un nivel más elevado pues él mismo era un músico. La orquesta continuó con la pieza que era dirigida por un poseído director, sus movimientos eran como si la música misma saliera por su cuerpo, él mismo era un espectáculo que la muchacha disfrutaba mucho más que la música. La siguiente pieza fue el nocturno opus 40 de Dvorak para finalizar la presentación con el concierto para violín de Beethoven en donde fue presentada la solista con más de 30 años de música en el cuerpo, algo así como haber nacido con un violín en las manos. La mujer era la música misma, alta, estilizada, con gran porte y elegancia, su cabello rojo y un rostro apasionado, además de tener un gran talento pulido con los años que terminó por eclipsar al acompañante. El muchacho, que rondaba los veinte, vibraba con cada acorde del violín, con cada movimiento de sus manos, con sus gestos, empezaba a sentir lo mismo que la muchacha sentía por el director. Al terminar el concierto y luego de unas dos rondas de aplausos más que merecidos, el director y la solista agradecieron el reconocimiento y el hombre más que emocionado felicitó a su esposa en frente de todos por tal magnífico espectáculo. Al salir, entre el público, ahora habían un corazón roto y un desilusionado más y tras bambalinas una pareja feliz que ni se enteraba de sus culpas.
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