Prodigio de Navidad

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La niebla se asemejaba a la nata montada. Gaspar vagaba perdido por aquel páramo de horizonte impenetrable, cubierto de espeso rocío nacarado que blanqueaba su característico cabello castaño hasta asemejarlo al buen Melchor, las manos engarzadas en torno al cofrecillo de maderas nobles donde atesoraba el preciado incienso traído de su lejana patria. Desde hacía tiempo nada sabía de la estrella errante que guiaba su largo peregrinar, engullida como sus compañeros de viaje por aquel denso telón de blanco impenetrable. En un momento indeterminado, sus pies rozaron el borde de un precipicio, haciéndolo trastabillar en busca de suelo firme. Recuperado el resuello, perdido como estaba, Gaspar consideró que aquel era un rumbo tan bueno como pudiera serlo cualquier otro, así que lo tomó como guía para caminar siempre hacia delante, dejando el peligroso borde del acantilado a su izquierda.

«¿Qué es eso?», se preguntó Gaspar cuando una sombra enorme se materializó en el horizonte. Anduvo hacia ella extremando las precauciones, el objeto ganando presencia con cada paso que daba el sabio, hasta que con la mano pudo alcanzar lo que parecía la superficie pulida de una gran roca. No sintiéndose capaz de trepar por ella, sólo quedaba rodearla, y cuando ya se disponía a ello una fuerza poderosa hendió el aire ante él, ¡zas!, sintiéndola a continuación a sus espaldas, ¡zas!, para después, tras un potente terremoto y una cálida ducha que lo limpió de los jirones de niebla, encontrarse ante el maltrecho cobertizo donde Jesús era calentado por el bajío de una vieja mula y un buey con un cuerno extrañamente roto, acariciado por la atenta mirada de lo orgullosos padres y de... ¿Pero qué prodigio era ése? Tres reyes de suntuosas vestimentas alargaban sus ofrendas al Salvador mientras toda suerte de pastores festejaba el nacimiento. ¿Quién era ese otro «Gaspar» que se atrevía a usurpar su lugar?

 

 

–¡Te ha tocado el haba!

–Pero en el mismo trozo estaba la sorpresa, así que una cosa anula a la otra.

–De eso nada. Te ha tocado el haba y tienes que pagar el roscón. ¿A qué sí, papá?

–El roscón lo ha pagado tu madre, así que dejad de pelearos.

»Y recordad que lo Reyes Magos os están mirando; aún pueden cambiar la consola que habéis pedido por un saco de carbón.

–Ojú, papá.

–Ni ojú, ni ojá. Vosotros sabréis... Por cierto, ¿qué sorpresa traía el roscón?

–Un rey Melchor...

–Gaspar, idiota. ¿No ves que tiene la barba marrón? Me ha tocado un Gaspar, papá, y lo he puesto en el Belén, junto a los otros tres Reyes Magos.

–Vaya, este año visitan al Niño dos Gaspares. Todo un prodigio de Navidad.

»Y no vuelvas a llamar idiota a tu hermano, por favor. Acuérdate de la consola.

 

B.A.: 2.018


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