Aquella señora... Parte 3
Por El periodista...
Enviado el 17/01/2018, clasificado en Adultos / eróticos
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Entonces caminó al baño por papel mientras yo renacía al después de sentir aquella experiencia. Me retiró el condón y limpió todos los residuos que había en mi pene. Se recostó en la cama y me invitó a acompañarla, me dijo como besar y sentir sus senos, dio instrucciones precisas de cómo moverlos, mi boca los mordía según sus órdenes hasta sentir como se estremecía.
Entonces al oído me dijo “me has provocado una excitación única, estamos a punto de estar mejor”, susurró. Se volteó sobre las sábanas y me pidió que besara su espalda hasta llegar a sus nalgas de la misma manera en que ella desabrochó mi camisa. El olor de su cuerpo lo puedo sentir nada más al cerrar sus ojos, aún siento los poros de la piel de sus nalgas cuando mi lengua las rozó y mis labios adornaron su piel con besos.
Le quité la tanga y entonces me dijo como mover mi lengua, me acercó la cabeza a su vagina y seguí sus instrucciones, aquel sabor se quedó grabado como piedra en mí ser. Sus manos tomaron las mías para jugar con sus pezones, mi lengua jugó en ella por espacio de diez minutos hasta que sentí como se vino dos veces.
Cuando recuperó el aliento, volvió a tirarme en la cama y su boca buscó mi pene que volvía a ponerse firme. Primero su lengua tocó la punta, luego fue seguida por una pequeña mordida, por fin succionó mi pene, sus manos tocaban mis testículos, buscó por todos los rincones para ayudarme a conocer donde me provocaba más electricidad sus caricias. Cuando jugó con él, me dijo que era momento de penetrarla.
Se recostó y me jaló hacia ella mientras su mano buscaba mi pene. Me dijo cómo entrar, el calor de su cuerpo recorrió mi piel y entonces la besé, mis manos se hundieron en su cabellera y mordí los lóbulos de sus orejas. Movía sus caderas y ella me decía cómo hacer lo propio. Subía la intensidad del movimiento al mismo tiempo que sus gemidos. Me mordía y enterraba las uñas en mi espalda. Continué, no sé por cuánto tiempo, hasta que por fin me vine. Ella había tenido tres orgasmos antes de que yo terminará, me confesó momentos después.
Contemplé todo en ella, sus senos, sus hombros, sus piernas, el vello de su pubis, sus pantorrillas, sus manos, mientras cerraba sus ojos y se revolvía en la cama después del placer que me regaló. Después de eso hablamos de todo y nada. De vez en cuando me besaba y pedía que la abrazara, tomaba mis manos y acariciaba mi pecho.
No caía en cuenta cuanto tiempo pasó hasta que volví a desearla, y esta vez con la experiencia que había adquirido previamente empecé a jugar con sus senos, mientras esta vez mis dedos buscaron su vagina, cuando vi que cerró los ojos y giraba su cabeza a un lado supe que lo estaba haciendo bien, hasta que me detuvo y dijo “entra en mí”. Esta vez, cambió de posición y se puso de espaldas dejando al aire su vagina y su cabeza se perdió en las sábanas. Entraba y salía de ella, ahora con más intensidad, como si mi vida dependiera de darle la estocada final como aquellos toreros que clavan el espadín en el toro. Así con esa pasión mi miembro friccionaba el interior de su vagina. Aquella segunda vez fue aún mejor.
Descansamos otra vez y volvimos a los temas mundanos, mientras yo grababa todos los detalles de su magistral cuerpo. Me dijo “aún luces muy inocente y eso me excita demasiado”, aquella tercera vez, duré más tiempo, pero aún el vigor era demasiado intenso, las sábanas quedaron bañadas de su humedad.
El reloj marcaba las 8:30 pm. Nos vestimos, no sin antes besarla con tanta intensidad una vez más, la abrazaba y ella igual, su perfume se quedó en mí. En el viaje de regreso contemplé el mundo de otro color, le dije que ahora ya no podría salir de esto que me acabó de enseñar. Esta vez unas calles antes del lugar donde nos habíamos visto en la tarde. “Tu cara de inocencia nunca se te quitará, pero ya no lo eres cariño. Guardaré este regalo en secreto para mis noches frías”, dijo. Lo último que le dije al bajar del auto fue “gracias querida”, mientras le arrojaba un beso.
Cuando las vacaciones escolares terminaron, la busqué a la salida. Pero escuché decir de la maestra que ya no vendría más. Se había ido; su esposo había tomado un nuevo trabajo y la madre del compañero de mi salón desapareció sin dejar rastro.
Yo tenía 15, ella 36 y en ocasiones cuando duermo me vuelve a visitar en aquella habitación de hotel…
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