El Escuadrón 731 japonés
Por Carlos Delfino
Enviado el 14/01/2018, clasificado en Reflexiones
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Se le llamó Escuadrón 731 a un proyecto de investigación y desarrollo de armas biológicas llevado a cabo en Japón, dentro del marco de la Segunda Guerra entre China y Japón (1937-1945) y la Segunda Guerra Mundial, ideado por el terrible Shiro Ishii.
De este modo, entre las décadas del 30 y hasta finales de la del 40, el Ejército Imperial Japonés experimentó con el uso de las armas biológicas súper desarrolladas y diversas pruebas médicas en la población civil, especialmente en la de origen chino.
Buena parte de la despiadada fama de crueldad e insensibilidad que tuvieron los soldados nipones a nivel mundial, en buena medida, deviene de estos lamentables sucesos, tratándose de uno de los mayores y más terribles crímenes de guerra en la historia de la gloriosa nación de Japón.
El escuadrón y sus numerosas instalaciones estaban camuflados y ocultos en las regiones norteñas de China, desde donde operaban como una fuerza bélica, política e ideológica extrema que en un principio surgió como un contraataque a la propaganda comunista, pero no tardó en ampliar sus horizontes e intervenir en muchos otros factores de la guerra.
Shiro Ishii, fue el microbiólogo japonés que lideró el Escuadrón 731 durante los crueles experimentos
Estas fuerzas, conocidas como los K?d?ha y que muchos comparan a la Schutzstaffel nazi (SS), promovió el ideal de supremacía racial japonés, el sabotaje político, el espionaje y entre otras tantas cosas, la nefasta experimentación con extranjeros.
Cuando se realizaban experimentos médicos con humanos se utilizaba el nombre de «Maruta», que significa algo así como «tronco» y que se aplicaba de forma sarcástica, ya que para las autoridades, las instalaciones no eran más que un aserradero del ejército. Bajo estos términos, la experimentación con chinos no tuvo el menor respeto por la vida ni por los derechos humanos.
Entre las numerosas atrocidades cometidas por los nipones durante estos años, los civiles eran encerrados en numerosas fosas comunes infectadas de cólera, parásitos, peste bubónica, tuberculosis y fiebre tifoidea, entre otros males, para observar cómo evolucionaban en el organismo . Los distintos patógenos también se liberaban en las ciudades con las mismas finalidades.
Algunas de las víctimas eran llevadas a experimentar temperaturas mínimas para determinar así cual era el mejor método de congelamiento, se probaron distintos tipos de gases venenosos, se colocaba a los prisioneros en cámaras de presión —hay registros en los que se menciona que se los colocaba allí hasta que sus ojos salieran volando— y, entre otras tantas atrocidades, se los disecaba en vida.
Quizás uno de los aspectos más intrigantes de estos crueles experimentos es que no se sabe realmente cuántos civiles perecieron tras el intenso sufrimiento de las pruebas. Aun así, se estima que la cifra seguramente supera las 200 000 muertes.
Si bien esto no fue reconocido por el Ejército Imperial Japonés, las fuerzas japonesas sí reconocieron de forma oficial la existencia y la práctica de estos experimentos en el llamado Laboratorio de Investigación y Prevención Epidémica del Ministerio Político Kempeitai.
Existe evidencia de que el gobierno de los Estados Unidos ayudó al japonés a esconder parte de la información en pos de convertirse en su aliado durante la Guerra Fría.
En 1988 se filmó una película japonesa que cuenta esto pero muy “suavizado”
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