De cuando la abeja va al la flor

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Ella se abrió de piernas delante de mí. Su coño era hermoso.                                         Con un bello negro bien recortado. Los labios de ese rosado oscuro que las mujeres morenas poseen.

Completamente empalmado y con su sonrisa pícara incitándome a devorarla, la penetré con fuerza hasta la empuñadura. Ella gritó de placer. Yo noté la humedad y la calidez de su cueva y comencé a penetrarla con ritmo aunque sin prisa.

Era como un animal dando rienda a mis instintos mientras ella se desacía en gemidos y se retorcía de placer.

Al cabo de un rato cuando los dos estabamos desatados le dí la vuelta sobre la cama y ella se arrodilló ofreciéndome sus nalgas, me dieron ganas de comérmela. Le puse saliva en el ano y se la metí poco a poco y seguí follándomela sin prisa, hirviéndo a fuego lento, tomándola para mí por completo.


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