Tinta para cadáveres. Parte 2 de 2
Por René Devia
Enviado el 19/01/2018, clasificado en Intriga / suspense
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Dos secos y graves sonidos, rebotando como eco en su cabeza, le sacaron de su pensamiento. Aún podía oler el amoniaco con el que la ama de llaves limpió la sangre del pasillo, cuando fue a visitar como periodista, la casa del gobernador donde se había cometido el asesinato. Lo que no esperaba, lo que de hecho nadie esperaba, era que fueran el gobernador y su esposa los cadáveres sobre los que ahora tenía que escribir su artículo. Todo el pueblo los quería. La gente les saludaba por la calle. El cielo era mas claro y el río bajaba mas limpio. Hasta este momento. Hasta que la aparición de dos cadáveres, vestidos en pijama, en un blanco salón iluminado por los rallos de la creciente luz del alba, entre los cuáles volaban dispersas las cenizas de la ya fría chimenea. Porque él sabía que tendría que llenar más páginas, más artículos en su columna de sucesos del periódico, como se llenarían las mesas del depósito de cadáveres desde ese día en adelante.
Los graves sonidos se repitieron y la puerta de su despacho se abrió. A través del humo, iluminada por la vieja lampara del techo, vio a Brown su secretaria, en el quicio de la puerta. Con su mano de largas, rojas y limadas uñas agarrando el rallado pomo de la puerta. Su rojo vestido, sin mangas, recto, delimitando sobre la oscuridad del pasillo sus suaves curvas. Y Una mueca de reproche que dejó ver en su cara parcialmente cubierta con sus rizados cabellos. No hacía falta que le dijera porque, puesto que ya sabia nuestro periodista que a Brown no le gustaba que él fumara. Así como tampoco hacia falta que dijera, porque le molestaba. Había aparecido otro cadáver.
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