Que cuido mucho de mi jardín no es un secreto para nadie. Me paso horas y horas en el, sacando la mala yerba, cuidando, quitando caracoles y espantando hormigas. En este frenesí de tener un jardín pleno, vibrante y colorido, se me escaparon detalles. Fue entonces que la traje: una strelitzia, un ave del paraíso, una flor de pájaro. En principio todo fue bien. Luego de una semana, un colibrí impaciente le volaba alrededor. Estos animalitos son signo de un jardín sano, lo cual me llenó de orgullo. Enseguida la flor de pájaro y el colibrí se entendieron bien. Él revoloteaba en una danza hipnótica y llena de vida. Ella parecía hincharse y hacer sus colores más brillantes. Finalmente llegó esa mañana de verano, yo lo imaginé pero no quise creerlo. La flor, muy seria, vibró cuando le pasé por al lado. Sin previo aviso me dijo: "me voy". No me hizo falta mirar porque sabía que la esperaba el colibrí. Agitó los pétalos y se desprendió del tallo. Se fue a su encuentro y volaron al norte. Me sentí un poco triste, es cierto, pero estoy seguro que el próximo verano me vendrán a visitar.
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