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Encontré las mesas y la silla, exacto como las dejé, un radio Philips, heredado de la tradición familiar, seguía sobre el estante, un enorme retrato en la pared, el geranio del patio, el tictac imparable del reloj de la habitación. Todo me pareció igual que cuando me fui. Hasta el aire conservaba la frescura de esa mañana a las once. Incluso la olleta del café podía empezar a hervir. Pero no podía ser, pensé. Habían pasado cuarenta años y volver a estar en este lugar se me había permitido solo unos minutos.


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