La botella

Iban juntos, dejando sus huellas en la arena húmeda. Cada tanto una ola les mojaba los pies, pero el agua no estaba fría, así que nada los perturbaba. Luego de unos cuantos minutos, cuando el sol empezaba a esconderse y dejar paso a la luna, él sintió que algo le tocaba el pie. Era una botella. Se la veía antigua, muy vieja. El corcho que la tapaba tenía una capa de lacre rojo para que no entre el agua. Era oscura, casi negra y no se veía nada de lo que contenía. Él trató de sacarle el corcho pero le fue imposible. Ella la agitó para oír y descubrir que tenía adentro. Luego de un rato de intentar abrirla, decidieron que lo mejor sería romperla. Quizás tenía una carta o el mapa de un tesoro, pero seguro era un papel. Una piedra sería la salvación. Estaba cerca del médano, alejado del mar. Él la tomo firme y con ella le pegó al vidrio. El primer intento fue inútil, el segundo, certero. La botella de partió en dos y dentro se vio un papel duro, amarillento, doblado a la mitad. Estaba escrito. Ella quiso leer pero él se lo sacó de las manos. La letra, prolija, antigua, parecía hecha con pluma de ave. Él leyó y releyó. Hizo una mueca, una media sonrisa, cuando una ola inmensa, gigante, bramó hacia la orilla. Quisieron correr. Ella se cayó al piso y fue empujada hacia el médano. De él lo único que se vio fueron sus pies asomando fuera del agua mientras el mar se lo llevaba. El papel se escapó de sus dedos y una brisa lo llevo hacia la arena. Ella corrió en busca de ayuda. Sería inútil: él nunca más aparecería. No sé dónde fue a parar. Yo solo me limité a buscar el papel y meterlo en otra botella. Con la botella que ellos rompieron, me hice un pequeño corte. Mi sangre será un lacre perfecto. Con todas mis fuerzas la volví a arrojar al mar, que nuevamente está en calma.