Cuarenta días pensando.

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A cuatro días de que le corten la luz y el agua, todavía a Carmelo le quedan fuerzas para hacer cinco kilómetros en una destartalada bicicleta para buscar tres bolsas de naranjas. Una bolsa para comer y las otras dos para vender. Esos 20 euros le vienen ni que pintado a Carmelo para que Lucas y Melania puedan afrontar el día. Carmelo estaba derrotado mentalmente, porque era el día de carnaval y no tenía ningún disfraz para sus gemelos de siete años de edad. Allí en la calle en una pared alta y blanca se hallaba Carmelo sentado en un tabal, cara al sol, pensativo, reinante, cavilando, cabizbajo. Sus hijos jugaban como si tal cosa, la vida para ellos en esos momentos era un regalo, jugaban a esto, jugaban a lo otro, eran unos niños felices que se divertían y se querían. Mientras Carmelo estaba considerando como decir a sus hijos que no iban a poder ir al carnaval porque no tenían traje para disfrazarse. Se le hacerlo Melania, se sentó en las rodillas de su padre, lo miro a los ojos y le sonrió. El padre llamo a Lucas de un pequeño grito. Ahora estaban los tres, Carmelo y sus hijos. Carmelo les comento a los niños lo que pasaba, sin rodeos. Los niños en el fondo comprendían lo que el padre les había dicho, porque Melania y Lucas habían interiorizado la escasez desde que nacieron, y por ello cuando su padre le comentaba algo de esta índole, los niños sonreían inteligentemente, como diciéndole al padre >>no te preocupes papá esto es lo que hay y hay que aceptarlo, nosotros estamos contigo siempre a lo que digas, ya bastante haces por nosotros, para que nosotros encima pongamos algún [pero]>>  

Carmelo llevaba cuarenta días pensando en el suicidio, no podía ver que, a sus hijos les faltaran las cosas más esenciales para el desarrollo. Después por otra parte, Carmelo se martirizaba, se castigaba de una manera inexplicable <<hay un estimulo que lo tendremos que tener en cuenta, pero que no nos influya mucho>> filosofaba Carmelo. <<lo que me preocupa es que mi suicidio, les pongan un dorsal a mis hijos y los echen a la selva>> se decía Carmelo una y otra vez.

A la mañana siguiente Carmelo se monto en su querida bicicleta y pedaleo hasta la esquina de su calle, allí paro, giro la cabeza, miro la puerta de su casa y en un susurro se despidió de sus hijos <<espero que me entendáis>>se repetía Carmelo. Se marcho al campo como cada día, pero ese día ya no volvió más.


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