Mientras mi tío agonizaba pudimos comprobar algo nunca visto por los parientes, en realidad poco creíble hasta entonces pues la familia le dio siempre un aire de leyenda: estaban por fin reunidas en veinte años cuatro de las cinco amantes, cincuentonas todas y mirándose unas a otras con odio de serpientes y si no fuera por nosotros, los sobrinos, se habrían matado allí mismo pero esperaban con curiosidad y la misma impaciencia nuestra la llegada de la quinta mujer, joven y bonita, conocida apenas por los amigos más cercanos del tío y ellas cuatro sabían lo mismo que llevaba casi cuatro años rumoreándose entre los conocidos mientras se vociferaba en voz baja es que se va a atrever a venir hasta aquí esa desvergonzada, esa ramera, esa puta…
Pero la verdad, todos callamos al verla entrar. Demasiado seria, gafas oscuras, un traje sencillo y la tristeza y el dolor reflejados con demasiada sinceridad y una decencia que nos hizo dudar a todos.
--Entre-- le dije--, mi tío quiere verla. Creo que no se ha muerto porque usted no había llegado.
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