Al día siguiente me levante, eran las 3:08 de la madrugada cuando se me abrió los ojos de un tirón. Encendí el aparatito de luz que tengo en un antiguo taburete marroquí que me regalo mi decente madre. Llegue al cuarto de baños, no sé cómo, pero llegue, era un ejercicio de sonambulismo especialmente arduo. Las pastillas me dejaba una resaca descomunal y cuando tenía que ir al cuarto de baño, iba a ciegas, a tientas << ¡uf! Cha ves Benita criatura la que lías para sentarte a mear en el bate>> me decía mi mente y luego me reía con los ojos llenos de legañas. Mientras meo, me quedo con la mirada fija en una maceta de hierba buena que ha puesto mi hermano en el alfeizar de la ventana del cuarto de baños ¡este chiquillo por qué abra puesto esta preciosidad de maceta aquí, con todo el espacio que tiene por todas partes! ¡Ofuu madre mía como están las cabezas! Bajé a la cocina, me hice un café, le di dos buches y deje el café temblando, medio, más o menos. Salí fuera, miré a la yegua “Leti”, ésta cuando me vio, dio dos grandes resoplidos, como diciendo estoy bien, date la vuelta y vete ¡un poco asocial también la yegua! ¡Si todo lo bueno se pega! ¡Qué grande, grande siempre! Volví a entrar en la casa y me terminé el medio café que había dejado. Después me lave los dientes, la cara, tomé la medicación y si, ahora si estaba perfecta para empezar el día.
Tenía que empezar una lectura nueva ya que la lectura anterior la había terminado la pasada madrugada. Así que, estaba dudando entre Los Demonios de Fiódor dostoyevsky o El derecho a no sufrir: Legalización de la eutanasia de Margarida Boladeras. Al final decidí empezar Los Demonios de Dostoyevsky y dejar para más adelante el de la eutanasia. Las horas pasaron volando, no se equivoco la que me recomendó el libro Los Demonios ¡vaya crack el Dostoyevsky, como escribe, madre mía, debió de ser un tipo cojonudo el Dostoyevsky, no tengo ninguna duda! me entro un pánico de dos pares de cojones, sentí una opresión en el pecho descomunal, me llevé las manos a la cara porque creía que tenia bichos comiéndome el rostro, esto me pasaba muy a menudo ¡que terror! Eran las siete de la mañana, así que ingerí una Quetiapina, cogí la mochila y me fui caminando a la playa, parece que caminando se me quita un poco más la opresión del pecho << ¡gracias, gracias! >> Grito <<titititi tatatata totototo>> vuelvo a gritar, parece que chillando se me pasa más el engarrota-miento de la caja torácica. Llegando a la playa, los coches pasan, siempre hay algún listillo o tonto-lava que hace señas con las luces de los coches ¡vergüenza, siento vergüenza, a veces incluso, me siento intimidada, por estos infelices! Corriendo me pongo los auriculares y me meto en mi mundo ¡que se jodan todos esos birrias, sin conocimientos! Pero luego digo << anda ya…Benita no seas pejiguera ¡mujer! Que no es para tanto…no mire tía, no mire, y ya está>>. Cuando me doy cuenta, ya estoy de vuelta a la casa, hoy en verdad poco tiempo en la playa, pero mucho más tranquila. Inspiramos y espiramos, eso es Benita, inspiramos y espiramos.
Cuando llego a la casa, tengo la espinilla derecha colorada, me toco y me duele, bah, bah…eso abra sido un golpe con los nervios esta mañana. Entro en casa, me ducho, me pongo cómoda y, me pongo a hacer de comer. Quiero hacer caldo de verduras y pescado ¡venga estupendo! Tenía encima de la mesa; los tomates, pimientos, cebollas, patatas, zanahorias y, en el fregadero descongelándose dos pescadillas. De repente suena un claxon en la puerta. Me asomo y son los y las agentes de la benemérita. Eran tres los agentes, dos muchachas agente y un agente especializado en veterinaria. Eran muy amables, pasaron para dentro, charlamos un poco y luego, el agente veterinario analizó a la yegua, le miro; los cascos, las heridas y especialmente la boca. Luego me dijo el moreno agente, muy simpático que se había detenido más tiempo mirando la boca, porque a través de ella, se puede saber si el animal tiene una enfermedad. “Leti” la yegua, estaba sana y cada día lo iba a estar más, así me lo hizo saber el agente, como también me dijo que ya podía sacarle la documentación, para no tener problemas y así quedarme tranquila. Yo no podía hacer otra cosa que agradecer y dar gracias a los agentes. El agente veterinario estiró el brazo y me dio una tarjeta con su número de teléfono, por si necesitaba cualquier cosa, que lo llamara ¡Qué grande por dios, el agente! No lo conozco de nada y ya lo estoy queriendo.
Me sentía gozosa, de saber que la yegua estaba saliendo adelante y eso, me ponía muy contenta y me hacía sentir útil. De modo que, era las 12:40 cuando retomé a la cocina y así seguir con el caldo de verduras y pescado. Puse la música a todo trapo: porque distinto se ve el camino/distinta se ve la tinta/por más que la echo de menos/ella se aleja lejos, más lejos/Y vivo el día a día/las noches son mis fatiga. ¡Grande miguel, corazón mío, en gloria esté!
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales