Era el silencio llamando a mi puerta. Quería entrar en mi casa, sentarse a mi mesa, robar mi comida, acostarse en mi cama y abrazarme para no escuchar nada.
Era el silencio, lo sé, aunque no viera a nadie al asomarme por la mirilla de la puerta. Era el silencio, venia buscándome. No podía verlo, ni le escuchaba, pero estaba ahí, lo sentía tras la puerta, esperándome.
Era el silencio, quería instalarse en mi cabeza. Antes vino su amiga la ceguera y después su amigo el del reloj parado, el tiempo. Siempre es el mismo día, siempre el mismo momento. Siempre están llamando. Siempre, es desesperante. No veo a nadie pero sé que es el silencio, que no para de llamarme.
No recuerdo porqué estoy aquí encerrado entre cuatro paredes acolchadas sin ventanas. El recuerdo se quedó en mi casa, se quedó esperando, pensando que volvería, quizás a dormir, quizás a desayunar.
En esta habitación todo esta oscuro.
Llaman a la puerta.
¿Quién es?, nadie contesta.
¡Calla!, no oyes.
No, ya no oigo nada.
Alguien ha abierto la puerta, lo sé por la brisa que ha rozado mi cara. Huele a pan y café, siento calor. Siento como me sujeta, como aprieta sus manos a mis brazos, siento las pastillas por mi garganta, me están ahogando, no puedo respirar.
Ahora el tiempo se detendrá, pero el silencio ya ha entrado.
Después de sujetarme, se ha acostado en mi cama y aunque no lo veo, sé que me mira desafiante.
Me siento en la silla, solo me queda la espera.
Espero que venga a buscarme.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales