Algo se mueve en el pantano

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 El pequeño Jimmy tenia 8 años, le faltaban ambos incisivos superiores y la pálida cara estaba llena de pecas castañas. El rizado pelo rojizo caía sobre su lisa frente. Su camiseta era de varias tallas superior. Mantenía los pantalones sujetos, con un cinturón de piel de cocodrilo heredado de su tía. Su vestimenta le daba un aspecto de paleto de pueblo. No es que fuera brillante por su inteligencia. Le gustaba empalar ranas con cualquier palo, pero eso no era signo de estupidez. Pues en los pantanos donde vivía era la diversión habitual de cualquier niño. Aquella mañana Jimmy y Thomas estaban jugando a carreras de barcos. Esto no es más que poner un palo en un rápido del río y seguirlo hasta algún punto. Los ríos en aquella región crecían y se secaban con rapidez. Cada día, después de una tormenta se desbordaban y se producían nuevos embalsamamientos que desaparecían en unos días. Era un laberinto de humedales y bosque. Solo las personas que allí vivan se podían orientar sin dificultad. Jimmy era bueno en eso. Se sabía guiar por el sol y la dirección del agua.

 Tras media hora de camino entre arboles, raíces y con los pies mas tiempo sumergidos en agua que secos, se sentaron en un tronco caído hacía semanas. El viento ya era frío y cambiaba de dirección a menudo. Pero el agua aún estaba templada. En frente de ellos se encontraba un pantano de agua verdosa, no muy extenso, rodeado de matorrales.

 Durante una conversación trivial los azules ojos de Thomas se agrandaron repentinamente. No sorprendido por el comentario de Jimmy hacia la tienda de gominolas de la ciudad sino por la visión de un grupo de burbujas que iba en aumento en medido del pantano. Thomas tenía una habilidad especial, como la llamaban sus amigos. Nunca le pasaba nada. No es que fuera inmortal, simplemente que usaba su habilidad antes que otros. Cuando molestaban al perro de la señora Pucci nunca sufría ningún daño. Aquí he de explicar que el perro de la señora Pucci era un viejo rotwailer de negro pelaje, al que una blanca cicatriz le recorría la cara impidiéndole la visión por un ojo, el cual no se movía. Todos los niños del pueblo tenían alguna firma del perro. Ya fuera una cicatriz o un fuerte temor a cualquier animal negro que tuviera patas. Pero Thomas no, él siempre había sido lo suficiente rápido como para librarse de todos los ataques. Y es que la habilidad no tan secreta, pero si muy eficaz de Thomas, era que corría muy rápido.

 No es que se alejara de los problemas, los problemas se alejaban de el por su espalda como le gustaba decir. Sabiendo esto, podríamos describirlo como un cervatillo o una liebre. Siempre alerta, siempre preparado para salir corriendo y brincando como las gacelas huyen del león en los documentales del mediodía. Era el primero en detectar cualquier cosa que ocurriera en cualquier dirección cercana a el. Detectó antes que Jimmy las burbujas del pantano. Nada nuevo en este terreno. Las capas de vegetación por debajo del agua se descomponían y a menudo soltaban gases que salían disparadas hacia la superficie, como las burbujas de un buceador. Normalmente ese fenómeno duraba unos segundos.

 Pero en esta ocasión la estúpida cara de sorprendido que le quedó a Jimmy estaba justificada. Su mente infantil se adelantaba a los acontecimientos. Imaginaba ver un submarino de la segunda guerra mundial, que hubieran convertido en una máquina del tiempo y por error hubiera aparecido allí. Podía ver la cara de los tripulantes, sorprendidos al encontrarse en medio de aquel pantano sin salida al mar. Imaginaba también una bella dama vestida con una túnica de seda blanca, siendo el espíritu del pantano, que le entregaba una brillante y enorme espada. Le llama por su nombre y le decía que él era un príncipe perdido. Adoptado por los que creía que eran sus padres y que para salvar a su reino debería empuñar esa espada e ir con ella. Estaba su mente en mil batallas cuando las burbujas aumentaron. Despejó de su sueño y puso su mano en el hombro de su amigo al levantarse.

 No estaba seguro de si lo hizo para no caerse en aquel suelo resbaladizo o para impedir que hiciera uso de su habilidad y le dejara solo. Con un sonido atronador las miles de burbujas estallaban en la superficie. Las ondas llegaban hasta la orilla en forma de olas y empapaban los pies de los muchachos. De repente una gran burbuja verdosa fue creciendo en medio de aquel cáos.

 Esperaban que la pompa explotara enseguida, pero seguía creciendo. Elevándose por encima de la superficie. Parecía que lo hacia a cámara lenta. Como exhibiéndose por su tamaño, burlándose de las demás burbujas que seguían estallando y subiendo.

 Se sobresaltaron los chicos y sus miradas subieron hacia las copas de los arboles. Infinidad de aves de todos los colores salieron en estampida. Volando y chocando con las hojas. Alejándose del pantano. En ese momento, la gran pompa central estalló, creando una ola que se desplazó lentamente hacia la orilla. El punto central, donde unos instantes antes había una burbuja se elevó como una gran gota redondeada. Volviendo a bajar y a subir cada vez con menos altura y profundidad, hasta que se detuvo. Ya no había burbujas. La superficie del agua se dibujaba de infinitas olas que navegaban en todas direcciones. Los muchachos se quedaron perplejos. Como si hubieran dado el final en una obra de teatro cuando han presentado a los personajes con mucho misterio pero no representan el desenlace. Cuando ya habían aceptado que ese era el final. Cuando la decepción por la falta de submarino o lo que fuera que produjo ese fenómeno caló en su conocimiento, un objeto salió disparado desde el fondo del agua.

 Una parte de él se elevo unos centímetros y cayo de nuevo al agua. Donde quedo flotando y balanceándose entre las olas. El objeto estaba cubierto por una pátina verdosa. Como si llevara allí, en el fondo, muchos años. Pero el color original parecía ser marrón. De forma alargada, rectangular y aunque no se veía la parte trasera, parecía cilíndrico No era liso, sino rugoso, parecían escamas. Y estas brillaban por el agua que resbalaba en su superficie. Pero no eran escamas, sino corteza.

 De árbol, porque era un tronco. Los dos niños comenzaron a reírse, a carcajadas. Hoy no era el día de salvar reinos perdidos, ni de correr como alma que lleva el diablo para escapar del peligro. Hoy después de lo vivido, era día de comer unos regalices. Antes de que sus madres les llamaran a la hora de la cena. Así que dieron la vuelta y se marcharon por un camino hacia la ciudad.

 El tronco no estaba solo. No era lo único que había emergido de las profundidades. El agua resbalaba entre sus ojos. Negros como las oscuras profundidades. Goteaba por la nariz y sus manos se agarraban al viejo tronco flotante. Su húmeda piel brillaba bajo el sol. Pero su piel no era humana. Estaba hecha de lodo. Porque él no era humano. Era un monstruo del pantano.

 

 


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