Era sábado

     Era sábado, como un sábado cualquiera a las siete de la mañana.

Se oían pajarillos, el sol hacía rato que alumbraba y el calor venia corriendo para instalarse en la casa. Yo escribía, escribía y miraba por la ventana, miraba el rosal, la farola y un cuadro en la pared que tenía unas peras o manzanas.

Era sábado, como un sábado cualquiera a las siete de la mañana.

Escribiendo sin remedio, dejando salir todo lo que hay dentro. Tengo la puerta abierta. Aprovecho que el gato está dormido y escribo. Vuelvo a escribir sobre el recuerdo, sobre el olvido, sobre el amor, la lluvia, la locura y sobre la muerte, que nunca para ni descansa, siempre viene a su hora, aunque nos pese y nos duela. Nos haga sentir heridos de otra muerte aún más dolorosa que la primera, porque aún estás vivo y sientes.

Era sábado, como un sábado cualquiera a las siete de la mañana.

Oigo mi voz que me dicta, me dice que siga, que siga escribiendo, avanzando en esta vida, entre palabras escondida. Que no se me olvide nada. Que el olvido viene corriendo, con el sol a sus espaldas, cabalgando veloz, como el diablo tras mi alma. Que no me encuentre aún, que no me encuentre. Aún recuerdo que estoy vivo. Que no me encuentre la muerte, que no me encuentre el olvido.

Era sábado, como un sábado cualquiera a las siete de la mañana.

Oigo un ruido, no puedo dejar de escribir. Sera la muerte, será el olvido. Lo vuelvo a oír, ahora ya es familiar el ruido. Respiro, respiro feliz.

Es la vida que despierta, son las nueve y querrá su desayuno. Zumo, café con leche y una palmera de hojaldre. Hay que estar en forma y yo soy feliz con la vida, mi tostada y el chocolate, una pastilla para los nervios, otra para relajarme.