La penitencia

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Apenas puedo apreciar el camino por el que debo poner mis pies. Una profunda neblina rojiza lo envuelve todo. Ya he perdido la cuenta del tiempo que llevo caminando. Siempre invadido por la misma sensación de soledad y tristeza, las cuales pesan como si arrastrara una larga cadena enganchada a una bola de hierro que cada segundo que pasa se hace más grande.

Sin entender de dónde salen mis fuerzas, mis piernas siguen respondiendo automáticamente a un paso cado vez más lento. No sé si hay alguien más en mi cargante travesía. Oigo murmullos y ruidos irreconocibles. Durante el lapso que he estado en este rumbo se me ha olvidado de donde venía y ha donde me dirijo. Lo único que recuerdo es que llevo la misma ropa con la que salí de casa, aunque ahora está mucho más sucia y pareciese que habían pasado años por ellas, algunas partes estaban raídas y otras negras de la suciedad de la ruta por la que me estaba moviendo.

Una espesa oscuridad encapota todo cielo, no puedo apreciar ni siquiera el tintineo de las estrellas que tanto me gusta observar en mis escapadas al bosque. El ambiente está cargado con malos augurios, su densidad es tan pesada que da la sensación de poder masticarlo, su espesa composición contiene también un olor tan desagradable que me genera arcadas.

Repentinamente empiezo a oír un gruñido a mi espalda, no sé si se trata de algún animal que ande suelto por el bosque, puede ser un lobo, un jabalí o un oso, los más comunes de estas montañas. Aunque el sonido me resulta familiar y tengo la impresión de haberlo oído antes, ignoro cuál de ellos será en este caso. La percepción de ser perseguido me genera más ansiedad aún, intento acelerar el paso, pero el agotamiento no me deja. Mi cuerpo se está apagando como una vela que se consume lentamente.

Sin previo aviso noto un fuerte golpe en la espalda a la vez que se oye un chasquido. El dolor se vuelve insoportable. Cuando aún no me he recuperado del primer impacto, un segundo golpe más fuerte que el primero me deja conmocionado, delirando sobre las imágenes que vienen a mi mente en cada encuentro de mi espalda con el objeto.

Intento gritar del dolor, pero me he quedado sin voz. Solo puedo ver como el sudor se mezcla con mis lágrimas y empiezan a gotear sobre el rastro de sangre que va dejando el líquido que brota de mi cuerpo.

Un tercer chasquido hace que recuerde el objeto con el que me atizan, un látigo. La última colisión contra mi cuerpo hace que se evapore el poco vigor que me queda cayendo en el suelo sobre las rodillas y las palmas de mis manos.

El monstruo que me sigue, al ver que no reacciono, intensifica su ataque contra mi espalda. Inocuo al dolor físico de los nuevos golpes, el dolor emocional comienza a recorrer mis venas. Con cada latigazo que recibo,  vienen a mi mente un sinfín de imágenes de mis peores pecados, estos recorren cabeza a gran velocidad.

En el primero me vi de pequeño junto a mi primo, los dos jugamos macabramente con un pobre animal al que acabamos matando.

En el segundo vino una imagen donde era un poco más mayor, al lado de un amigo, molestando a un niño de nuestra clase.

Ahora me vienen a la cabeza infinitas imágenes de la última etapa de mi vida, cuando decidí dedicarme al mal por culpa de la grave situación económica en la que se encontraba mi familia. Pude recordar cómo había robado en varias casas, los abusos que llevé a cabo con las chicas a las que daba trabajo, las palizas que autoricé a personas que no se habían ajustado a mis deseos. Yonkis a los que vendí droga adulterada y que no lo pudieron superar.

Ahora me arrepentía de todos mis actos deleznables. Aun así, no llegaba a entender como había acabado en ese punto en el que me encontraba. Lo último que recuerdo es marcharme de casa dando un beso a mi mujer e hijos para después montarme en mi coche. Pero… ¿A dónde me dirigía? No iba solo.

Otro fuerte latigazo me sacó de mi abstracción, una voz ronca y profunda gritó:

-Levántate y camina, o te llevaré a rastras sobre un pavimento de espinas.

La amenaza surgió efecto en lo que quedaba de mi desgajado cuerpo. Intenté ponerme de pie nuevamente, pero cuando estaba a punto de erguirme intenté recordar de nuevo porqué había llegado allí.

La voz volvió a rugir tan cerca de mi oreja que notaba su aliento chocando contra mi piel:

-¿Quieres recordar? Yo te ayudaré…

Otro intenso latigazo calló sobre mi desdichada espalda a la vez que una nueva imagen se colaba entre mis pensamientos.

En ella veía que mientras iba en el coche, de la parte de atrás salió un antiguo enemigo. Ahora evocaba todos mis recuerdos en cascada.

Aquel hombre fue el que me trajo hasta aquí. Me acuerdo de verle con una pistola apuntando a mi cabeza… En este momento la oscuridad de mis neuronas se volvió en claridad.

Tuve que ajusticiarlo junto a su familia porque no había cumplido con el acuerdo al que llegamos. ¿Cómo pudo sobrevivir?, recuerdo perfectamente que me deshice de él con varios tiros en el pecho.

-¡He dicho que te muevas!

Un fuerte golpe seco me empujó varios metros hacia delante. Ahora la niebla era menos espesa. Trate de levantarme pero fue en vano, así que decidí mirar hacia atrás. El pánico hacía que me temblara todo el cuerpo.

Cuando vi la imagen del ser que me perseguía mi alma se desbarató en mil pedazos.

Era él, el mismo del coche, el mismo de los tres tiros en el pecho. Pero… ¿Cómo era posible que estuviera allí con él? ¿Y porque no era yo mismo el que le daba los latigazos? 

Me quedé paralizado viéndolo acercarse con el látigo mientras una mueca de alegría se le dibujaba en la cara.

-¿Ahora me recuerdas?

No puedo mirar a sus  ojos, en vez de rabia siento pena por todo el mal que había generado mientras estaba vivo.

- Ambos perecimos en el coche, nos caímos por un barranco. Mientras estabas semi-inconsciente, dando los últimos soplos de vida, nuestros juicios divinos se llevaron a cabo. Finalmente los dos tendremos el mismo destino, lo único que a mí me han dado un privilegio por las molestias que te tomaste conmigo y mi familia mientras estábamos vivos.

No lo puedo creer. Sin miedo a las represalias le contestaré:

-¿Pero porque no estás sufriendo como yo?

Soltó una gran risotada que estremeció lo poco que quedaba de mi cuerpo.

- Los jueces divinos estimaron que esto era lo adecuado. Parece que tu maldad superó a la mía en muchos aspectos. Ahora, gracias a que dejamos el mundo juntos, hemos sido sentenciados a la vez. Nuestros castigos han sido ejecutados. A partir de ahora, tu infierno será mi penitencia.


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